Desde que era pequeño, siempre oí que “la vida tiene un curioso sentido del humor”. Y ahora entiendo a que se referían. Es curioso que cuando empecé a escribir esta serie de artículos, yo mismo me encontraba manteniendo una relación con una persona. Una persona increíble, buena y especial para mi. Es más, era quien leía los artículos antes de enviarlos a los chicos de Egoland. Por aquello de “tener otro punto de vista”. Bien, pues lo realmente curioso es que hoy os escribo esto asumiendo mi vida postpareja. ¡Que graciosa es la vida! Esto no lo hago para dar pena, ni para que nadie que lo lea sienta lástima por mi, lo escribo para que os sintáis identificados conmigo y para veáis que esto pasa hasta en “las mejores casas”. A la vez, a mi también me sirve como ejercicio de reflexión y en cierto modo, y como dice mi compañero Yago Bader, para liberarme de mis cadenas personales. No os voy a plantear ejercicios, no os voy a dar claves, sólo os voy a contar una historia que espero que tanto a vosotros como a mi, os sirva para seguir adelante y ser más positivos cada día.
UN CASO PERSONAL
Martes 13 de noviembre de 2012. Me despierto como otro día cualquiera. Feliz, contento con mi vida, con mi trabajo, con mi pareja. Lo primero que hago es pensar en ella. Estaba enamorado. Un pensamiento vino a mi cabeza: “martes y 13, jajajajajaja, como si eso supusiera algo”. Tengo varias sesiones con clientes en mi consulta y uno de ellos, que es lector vuestro, y que por supuesto me dio su permiso para comentar esto, me empieza a hablar de su nueva vida tras superar su propia ruptura. Y este fue el día de las curiosidades de la vida. Yo le dije “todos tenemos que buscar a esa persona que nos hace feliz, yo ya la encontré y se que va a funcionar”. Por otro lado, a las 8 de la tarde me llamó mi primo, y entre las muchas cosas que hablamos me preguntó por mi relación. Le dije: “genial, poco a poco avanzando y yendo a mejor cada día”. ¡Manda carallo! En serio. ¡Manda carallo!.

Habitualmente, por las noches hablaba con mi pareja por whatsapp y comentábamos nuestro día, pero ese día no iba a ser como los demás. A las 11 de la noche me manda un “whass” y me dice que quiere hablar y yo pienso “no puede ser, me va a dejar”. Algo dentro de mi ya se lo olía. Así fue. Hablamos hasta las 5 de la mañana y obviamente no dormí en toda la noche. Lo estábamos dejando. Al día siguiente vino hasta mi casa y me explicó sus motivos. Estaba destrozado por dentro, llorando, en shock. ¡No me lo podía creer! Todas mis ilusiones de futuro, todo mi mundo se derrumbaba delante de mi. Si hasta me imaginaba con ella en el altar (y nunca antes había pensado siquiera en compartir piso con una tía). Motivado por mi rabia o por mi shock emocional, cogí todo lo que tenía de ella en mi casa y lo metí en bolsas. Cuando vino se lo di. Ella también lloraba, sufría, porque para ella yo era importante, pero sus motivos personales eran mucho más fuertes. Hablamos durante horas y no encontramos solución. Se acababa la relación con la persona que más quería. Se iba una persona importante para mi. Apagué el último cigarro con ella, cerró la puerta y se fue.
Los días siguientes consistieron en llorar, no comer, pensar continuamente en ella y por supuesto, negar la realidad. Y tanto la negué que durante cinco días y cinco noches traté de hacer como que nunca había pasado. Quité todas sus fotos, las guardé, eliminé todo lo que me recordaba a ella. La borré de facebook, del whatsapp, etc. El viernes salí para despejarme, y el sábado también. Incluso flirtee con una tía supongo que para paliar un poco el daño emocional. Pero al quinto día, el domingo, me di cuenta de que necesitaba tenerla ahí. Llegué a la conclusión de que era mejor tenerla como amiga que eliminarla de mi vida. ¿Cómo iba a quitar a alguien bueno de mi vida? (os debo decir que lo dejamos a bien y que para ella fue una decisión muy difícil también, por eso quería tenerla de amiga). Ese fue mi problema los primero cinco días. Quería borrar mi pasado, y eso es imposible. La llamé, lo hablamos, y decidimos seguir hablando pero no tanto como antes, y por supuesto, dando un tiempo a que el dolor desapareciera. Y es curioso como eso me hizo entrar de nuevo en la realidad. Lo acepté. Acepté que a partir de ese día ya no iba a ser mi novia, pero si una persona buena con la que había compartido muchas historias. Algunas, las mejores de mi vida.
Entonces llegó la culpa. Ese momento donde yo me empiezo a plantear todo lo que hice mal, y todo lo que podía haber hecho para mejorar. Me masacré durante días con eso. Que era culpa mía (de ella también, por supuesto), que podría haberlo hecho mejor. No veía luz al final del túnel. Me empecé a centrar en mi trabajo para estar distraído, y sí que estaba distraído, pero pensando en ella. Pero de repente algo cambió. Algo dentro de mi me dijo: “ya está bien de compadecerte, ya está bien de sufrir. No va a volver”. Lo asimilé. Me di cuenta de la realidad otra vez, pero esta vez más fuerte. Estuve mal todo el día y gracias a unos buenos amigos que me escucharon desde el día cero, empecé a ver un poco de luz al final de ese túnel oscuro que era mi vida.
Me resigné, acepté la realidad. Y como todos ya sabéis, empecé a desmitificarla. Empecé a ver cosas que antes no veía, empecé a entender cosas que antes no entendía. Y me di cuenta de que durante todo este tiempo mi felicidad había dependido de ella. Porque yo también soy humano y mi autoestima también se daña. Y la coña es que mi autoestima siempre había dependido de lo que dijeran los demás. De cómo me vieran los demás. Siempre había pensado que era infeliz por no tener una mujer a mi lado. Cuando la tuve fui feliz, por supuesto. Pero durante toda mi adolescencia y vida semiadulta me había olvidado de alguien. De mi. Había obviado a la persona más importante de mi vida. Yo. Puede sonar egoísta, pero como dijo Rafael Lechowsky “para aprender a querer a los demás, primero aprendí a quererme a mi mismo”. Y yo no lo hice. Nunca pensé en mi felicidad por mi mismo. Siempre dependí de los demás para ser feliz. ¡Manda cojones que haya que estar en esta situación para darse cuenta de esto! Ayer me desperté dándole vueltas a esto, y mi gran amigo Iván me hizo ver que detrás de cada cosa mala de la vida, siempre hay una buena. Yo ya lo sabía, pero que queréis que os diga, no lo veía.
Y hasta hoy. Me desperté, leí el artículo de Yago y me dije: “liberate de tus cadenas, empieza tu nueva vida pensando en ti. El amor y la felicidad volverán por sí mismo. Sólo necesitas tiempo y ser positivo”. Por eso decidí escribir esto. No lo iba a hacer. Me veía sin fuerzas. Sin ganas. Y si os soy sincero, ahora mismo me encuentro genial. Creo que escribir esto me ayudó a soltar toda mi “rabia” con la vida y me alentó a empezar de cero.
Ahora, creo que ya estoy preparado para escribir el siguiente artículo que es la recuperación. Porque yo ya estoy empezando ese proceso. Y os digo algo que siempre les digo a mis pacientes. En la vida siempre hay momento buenos y momentos menos buenos, y esa es la gracia de la vida precisamente. Disfrutar de todos los momentos que nos brinde la vida. Porque cuando me dejaron descubrí algo. Por primera vez en mi vida me sentí vivo de verdad. Cada segundo importaba, cada minuto era único, doloroso, pero único. Así que os propongo algo y me lo propongo también a mi mismo. VAMOS A EMPEZAR UNA NUEVA VIDA, VAMOS A EMPEZAR OTRA VEZ. RECORDANDO TODOS LOS BUENOS MOMENTOS QUE TUVIMOS CON NUESTRAS PAREJAS. APRENDER DE NUESTROS ERRORES. VAMOS A CREAR RECUERDOS NUEVOS Y POR FAVOR, VAMOS A SEGUIR ADELANTE.
Me despido y os recuerdo que muy pronto tendréis la ultima parte de esta serie de artículos. LA VIDA POSTPAREJA (IV): RECUPERACIÓN. Espero que os guste y que me dejéis muchos comentarios y por favor, no sintáis lastima por mi, porque ya estoy en fase de recuperación.
P.D.: que este artículo sirva como el punto inicial de mi nueva vida.
JORGE