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Leticia, mandanga y café

Llegaba media hora tarde más o menos. Mi recién estrenada soltería me ha hecho retomar viejos hábitos, entre ellos el llegar tarde a los sitios. Pero llegaba con una sonrisa. Jorge y Antoni esperaban en Matiz el bar donde solemos quedar antes de subir al despacho de Psicología en Positivo a trabajar. No les conté nada. Les di los buenos días y me disculpé.

¿Por qué había llegado tarde? Eran las nueve de la mañana. Me había parado en un bar nuevo a pedir un café. Habían otros dos tíos en la cola. Iban impecables. No hablaban entre ellos pero estaban lo suficientemente cerca cómo para saber que iban juntos. Encamisados, entallados y musculosos. Eran una mezcla perfecta entre Brad Pitt en Troya y Joe Black. Yo estaba detrás de ellos y veo aparecer detrás de la barra a una chica que parecía sacada de un cuento Disney, una delgadez sana, la espalda rectísima, piel doradita, una mirada oscura y unos labios carnosos que quedaban coronados en un pelo castaño recogido de forma muy exótica.

Uno de los chicos le dijo

¨Leticia, creo que eres la tía más sexy que he visto a estas horas en mi vida”

Ella sonrío complaciente. El otro añadió

“Vente a mi casa en Altea. Serás una reina durante un fin de semana”

Ella sonreía y negaba con la cabeza. El chico de la proposición le preguntó porque no.

A mi creo que ninguno me había visto aún. Ni ellos ni ella. Interrumpí para decir;

“Disculpa, creo que yo sé porque. Esta chica, no lleva bisutería, lleva un tocado bastante natural y teniendo una figura muy femenina y sensual, lleva ropa suelta. No tiene ningún interés en mostrar nada. Creo que le da igual que tengas un chalet en Altea o en Nueva York. A ella le atraen otras cosas”

Los chicos se quedaron mirándome con cara de pocos amigos. Ella sonreía mirando hacia el suelo.  Aunque creo que entendieron que yo la conocía. Murmuraron algo, recogieron sus cafés y se despidieron con un «adiós guapa». No me volvieron a mirar. Cuando llegó mi turno lo primero que dijo fue “¿Y tú, de donde sales?”

Me presenté y me pedí mi café. Ella se presentó y me dijo que me invitaba a ese café y que me lo agradecía mucho, que esos chicos eran muy pesados. Le dije que podíamos fingir que eramos novios siempre que quisiéramos. Me tomé el café en su cafetería, y pienso seguir haciéndolo de vez en cuando. Ya os contaré cómo va la cosa.