
La música grunge que salía por los auriculares de mi móvil no conseguía subirme el ánimo. Era Martes, el día del patrón de mi facultad y no tenía clase. Llevaba dos o tres días recibiendo malas noticias de forma continuada.
El taller personalizado de ese fin de semana se había cancelado por que el chico tuvo que cumplir con una obligación familiar ineludible. Mi mejor amigo andaba deprimido por una chica y no supe aconsejarle. Era una mañana de esas oscuras, en las que parece que el Sol haya decidido no salir de forma premeditada, cómo si hubiese pensado “yo no me como este marrón”.
Estaba sentado en las escaleras de la facultad de Filología esperando a que saliera un buen amigo, a ver si me contaba algo positivo y se podía alegrar un poco ese día. Un sms llegó a mi móvil “M kedo en casa, no he ido a clase, t veo otr día”
La cosa pintaba mal. Cómo todas las veces que me siento mal, pensé que hablarle a alguna chica, mostrar mi mejor versión, ayudaría a que su feedback me subiese un poco la moral. Así que mire a mi alrededor. Había un grupo de chicas sentadas en las escaleras y parecían simpáticas. Me acerqué y les dirigí una sonrisa.
-Hola, soy Álvaro.
Se quedaron mirándose entre ellas. Se hizo el silencio. Y cuando iba a decir mi siguiente frase una de ellas carcajeo e hizo algo que a mi autoestima no podría venirle demasiado bien.
-Ah ¿si?. Pues nos da igual.
Se rieron, cogieron sus cosas, se levantaron y empezaron a andar hacia dentro de su facultad.
Podía haber contestado algo ingenioso, utilizar cualquiera de las herramientas que enseñamos, observar mejor qué había pasado, analizar mejor la situación…pero no me apetecía. Era un Martes con muy mala pinta. Me puse los auriculares y mientras Alice in Chains me contaban cosas tristes con “Down in a Hole” comencé a andar hacia ninguna parte.
Mi energía positiva no se había despertado esa mañana, probablemente seguía acostada en la cama. Mientras caminaba vi a una mujer apoyada en la pared de un hospital. Tendría unos treinta y muchos o cuarenta y pocos. Toqueteaba su móvil con un gesto apático. Era una de esas preciosidades que sólo pueden tener un marido piloto o jefe de algo muy importante. Elegante en exceso para el contexto, bronceada de rayos uva. Algo se despertó en mí.
Mi día había empezado fatal. La gracia no está en que las cosas te salgan mal o bien en un momento concreto, la gracia está en que tu tomes las riendas de lo que te pase. Pensé en lo gracioso que podía ser entrarle a esa mujer. Me imagine a mí contándole a mis colegas, que ese día, en la puerta de un hospital, a las 11 de la mañana, sin que se lo esperase, me había presentado a una mujer con toda mi cara y había sido el director de lo que pasase en mi día.
Mientras me acercaba,ella había sacado un cigarro y lo tenía en la boca. Ella no había percibido mi presencia.
-¿Quieres fuego?
Mi miro con un desinterés digno de escribir un libro sobre él y me dijo “Gracias”
Le encendí el cigarro y me quedé de pie frente a ella.
-¿Sabes esos días que te levantas y te sale todo absolutamente bien?
Ella levanto las cejas y asintió sin entender muy bien por donde iban los tiros.
-Pues mi día de hoy está siendo todo lo contrario. Y me he acercado a ti a ver si cambia la cosa un poco.
Ella se rio levemente, de una forma femenina y miro al suelo al hacerlo. Ya eramos los dos conscientes de a qué estábamos jugando. La mujer se cambió el cigarro de mano, enseñándome conscientemente el anillo que llevaba en el dedo y devolviéndome una mirada curiosa, algo así cómo “¿hasta donde sabes llegar amiguito?”
-Tienes unas manos muy femeninas y muy elegantes. Incluso más elegantes que tu anillo.
Ella se incorporó se asió el pelo. Me miro de arriba abajo. Desde luego quería intimidarme y os aseguro que lo estaba consiguiendo.
-Eres muy joven, estoy segura de que no sabrías que hacer con una mujer cómo yo- y dio una calada a su cigarro.
A mi me divierte mucho cuando la gente juega a decir lo mucho que molan. No iba a discutirle absolutamente nada de lo que me dijera.
-Completamente de acuerdo contigo. Aún así, tú ya te lo estás preguntando.
Ella se quedó algo petrificada. Miro hacia ambos lados y metió la mano en el bolso.
-Estoy casi segura de que no te voy a coger el teléfono, pero sería muy valiente por tu parte intentarlo
Sacó una tarjeta de su bolso Prada y me la dio. Luego se disculpó y dijo que se tenía que meter dentro. Mi día había mejorado, desde luego no por haber conseguido su teléfono, si no por hacer cosas que sé que me pueden resultar difíciles y que en un primer momento pueden echarme para atrás.
El saber que depende de mi cómo jugar mis cartas durante mi día, es lo que me hace caerme bien. Porque, al fin y al cabo, SOMOS LO QUE HACEMOS.
Nunca la he llamado, principalmente porque perdí la tarjeta, pero mi actitud fue más positiva desde que decidí que mis circunstancias no son lo que marcan mi vida, sino cómo me enfrento yo a las mismas. Ese día llamé a mi madre y me fui a comer a su casa. Le conté cómo me iba la Universidad y escuche sus consejos. Al final, fue un gran día.