La Camarera Vegana
La cosa estaba clara. No me iba a comer esa deliciosa, gigante y fotografiable hamburguesa que se estaba comiendo la camarera sentada en la mesa de enfrente durante su descanso.
El restaurante kOLEVES es la perfecta representación de la gastronomía en Budapest que no de Hungría. Algo moderno y tradicional al mismo tiempo, resuelto con poco dinero poniendo en valor precisamente el ingenio de solucionar la presentación. Utilizan “jugar las debilidades” de una forma insuperable ya que lo han convertido en su marca personal.
Mi segunda camarera preferida del local, teclea el móvil con una hamburguesa de olor expansivo y cautivador.
¡Cuánto me perturba! Mi plan era comerme “oca asada”, pero ya no lo tengo claro. Eso supondría romper mi dieta. Se me eriza el pelo al escucharme a mí mismo, el heavy metal que era capaz de desayunar cerveza algunos fines de semana sin dormir oliendo a sexo, estaba contando calorías. ¡Pero las estaba contando! Nos hacemos mayores. Y comerse esa hamburguesa sería, una vez más, dejarse llevar como toda la vida por ese Luis que cae en la tentación pronunciando “ya lo arreglaré” y que tantas infidelidades había ocasionado en mis relaciones.
Me doy cuenta del hambre que se ha dado cuenta de cómo miro su hamburguesa. Entonces ubicamos la mirada en el otro y noto ese momento de tensión en mí mismo: Ese por el cual deseo algo que requiere un movimiento y aparece una resistencia. “Quizá no haces gracia”, “quizá no te entiende”… y entonces, en una milésima de segundo aprieto “el acelerador” de ir contra la sensación suicida tan adictiva de dirigirme contra “el muro”, convencido, después de tantos años, de que es la única salida para poder recordarme con una sonrisa. Hago un movimiento de negación con mi dedo índice levantando la mano.
Ella sonríe y me mira extrañada.
-No no no…. le digo en inglés- Tú y tu hamburguesa no vais a arruinar mi dieta. El año que viene quiero que mi bikini me quede bien para el Instagram y túuuuuuu eres un peligro.
Ella se ríe de una forma quizá más airada de lo que yo esperaba. No siempre me encuentro con las interpretaciones cómicas que pretendo con este idioma. Sobre todo con mi humor, irónico y lleno de dobles interpretaciones y exageraciones.
-Es vegana-contesta con una voz grave y potente. ¡Me encantan esas voces en las mujeres!
-Mi plan era pedir la oca asada pero tu hamburguesa vegana me está volviendo loco.
Ella mira hacia la derecha para asegurarse de que en la barra no la oyen y entonces achina sus ojos extiende su cuello, se orienta hacia mi como si su tronco fuera un cohete que quiere ser lanzado hacia mí, para susurrarme a un nivel que yo pueda escuchar…
-No te comas la oca. No comas animales.
Noto entonces en mí la semilla de la duda inoculada a la perfección por ella. Por una parte su esfuerzo por ser entendida, su coquetería creo que voluntaria para hablar conmigo y sobre todo, su inteligencia al generar una complicidad difícilmente renunciable en el cable emocional.
Mi parálisis es evidente. No sé pedirle que no diga eso y finalmente opto por el la primera de las Haches alargando mi cuello, inclinándome hacia ella e imitando su nivel del voz:
-Ahora mismo voy a decirle al dueño del restaurante que su camarera vende hamburguesas veganas baratas a los clientes que quien ocas asadas caras.
Los dos reíamos mucho. Incluso permitidme cierta inmodestia al percibir cierta admiración y sorpresa en mi humor. Como si fuera lo último que esperaba escuchar y le ha encantando.
-El dueño no está.
-De esa te has librado.-le contesto comprobando que estamos en el punto D. Llamo al punto D, cuando estás con alquien que te divierte y se divierte contigo lo suficiente como para que tengas que despreocuparte de ese dimensión en la relación hasta nuevo aviso. Esa conexión. En un taller diría,” olvídate del cable emocional hasta que no propongas algo distinto de lo que estáis haciendo ahora. A no ser que ves un cambio en su actitud, disfruta de como te sientes y confía en lo que estás haciendo. Céntrate en el cable racional e intercambiaros información respecto aquello que os puede ayudar a percibiros útiles.
-¿Vives aquí o estás de turismo? –su pregunta me relaja porque detecto en ella una comodidad evidente. Parece haberse quitado de encima la asimetría de camarera-cliente que a tantos hombres despista. Cuando alguien trabaja de cara al público tiende a querer caerte bien, a impostar un interés incluso personal que siempre hace dudar. En este caso la cosa estaba clara. Por otra parte, ella me había atendido más veces con anterioridad. Con lo que, entendí entonces que realmente esto suponía un punto de inflexión. Todos hacemos nuestros cálculos de forma consciente e inconsciente y esta chica estaba intentando aclararse conmigo (cable racional). Quizá como cliente, quizá como amigo, quizá…
-Sí. Tengo un piso aquí. Voy y vengo, Soy psicólogo y sexólogo y trabajo online y hago cursos de vez en cuando en España. Pero los próximos meses voy a estar aquí.
-Eres un hombres con suerte
Entonces nos interrumpe un chico joven de piel blanca y cuidada barba castaña. Ronda los 30 años y su figura, como la de la mayoría de húngaros es fibrosa y estilizada hacia arriba. Sus ojos grises nos miran y nos sonríe sin especial descanso en el gesto. Con cierta obligación profesional.
-Hola. ¿Va a comer?
-Sí.- contesto, sintiendo que me quedan escasos instantes hasta tener que decidir. Mi oca es sana y es el Megadeth del “salgo a comer fuera”, pero esa hamburguesa ahora tiene tres ventajas: que me pone muy cachondo, que la “veganez” no me hará engordar tanto y que generaríamos complicidad y cierta “gratitud” en el cable emocional. Sin pronunciar palabra señaló con el dedo su hamburguesa y ellos se hablan en húngaro. El chico se va entendiendo la jugada.
-No te arrepentirás- me dice con suavidad y lo que quizá es una cara juguetona en esas facciones.
-Eso espero –contesto. Y entonces me doy cuenta de que se cierne una pausa que puede parar absolutamente la conversación y distanciarnos como si el final de una primera parte se tratara. Y es entonces cuando busco algo a lo que acogerme que genere una conversación útil típica del cable racional para acomodar nuestra relación de una forma cordial y diplomática ya que son las 2 de la tarde, estamos en su lugar de trabajo y sus compañeros están pululando por la sala.
Su pelo es rubio, no especialmente estilizado, ya que lleva una coleta de media melena, su maquillaje es escaso, su ropa es ceñida pero cómoda, con un vaquero negro y una suéter de cuello blanco y… sus zapatillas son asics! Corroboro con un examen visual minucioso que sus piernas adheridas a prenda parecen torneadas, duras y su vientre plano.
-Una pregunta. ¿Sabes aquí algún sitio cómodo para hacer running?
Sus cejas se levantan antes de contestar:
-Por supuesto. Y comienza a detallar distintos lugares que ya conozco. Hasta que confirma mi hipótesis. –Yo voy todos los días a correr.
– Eres la persona que necesito porque estoy empezando a intentarlo… empezando a intentarlo, que quede claro!
Ella vuelve a reír.
-Yo soy muy estricta cuando corro. Pero si quieres un día quedamos y te doy algunos consejos, si no me puedes seguir, no te desanimes ve a tu ritmo.
-Claro. ¿Cuándo Vas?
-Por las mañanas. Muy pronto.
-¿Tipo las 8 y media?
-No. tipo las 6.
El silencio es atronador. Me mira como si lo que hubiera dicho no pareciera un chiste. ¿Está loca?
-¿Seis de la mañana correr?-digo con mi clásico movimiento de manos para remarcar que contemple alguna alternativa razonable. Pero ese pelo rubio tostado y esas facciones magiares ni siquiera captan mi marco de “yo me rio de tus horarios con esta gracia que me caracteriza, así que tu propuesta no mola. Cambia y mola para mi”. No sólo no dice nada de cambiar la hora sino que no parece entender que mi gesto implica “auto-cuestiónate, rúbia”. Yo sólo me he levantado a las seis en los últimos años para largarme de la casa de una madre antes de que se levanten sus hijos.
Me veo arrinconado por mí mismo… Entonces pregunto “cuando” y ella contesta que mañana en Varosliget.
-Mañana me tendrás allí. Pero que quede claro que soy un aprendiz en esto.
-Tranquilo. Iremos poco a poco. Si hace tiempo que no corres tus músculos necesitan aclimatarse.
-No. Soy un aprendiz levantándome a las 6. Pero iré.
Ambos reímos.
Calculo inconscientemente si de aquí a mañana me veo haciéndole cambiar de opinión
-¿Hasta mañana tu plan de hoy es?
-Trabajar, trabajar y ayudar a mi madre que está enferma- Pronuncia con cierta resignación y apartando su mirada de la mía.
Mi intuición no me ha fallado una vez más y sus palabras me arrinconan. No puedo escaquearme del madrugón. Entonces sonriendo al techo busco todo tipo de excusas para no ir mañana. Total es mi segunda camarera preferida. Mañana harás el ridículo corriendo y las mujeres ya no son tan comprensivas como lo eran antes…
El camarero viene con la hamburguesa vegana… Con otra muestra más de cordialidad forzada echando una mirada fugitiva a la camarera para volver a depositar su atención en mi. Entiendo entonces algo evidente.
-Aquí hay tomate entre estos dos…
Entonces se escucha la puerta y aparece … mi verdadera camarera preferida. Entra con un abrigo negro. Un gorro de lana y una trenza que le llega a mitad de espalda. Saluda en húngaro a sus compañeros y me sonríe en dos tiempos. En un primero cordial y en otro reconociéndome de meses anteriores donde había charlado con ella entre platos.
Le devuelvo el entusiasmo hasta darme cuenta de lo que ha supuesto su retraso….
-Cabrona, si hubieras venido antes, ahora me estaría comiendo mi oca y mañana no me tendría que levantar a las 6….
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