El “ser” y el “deber ser” (IV): Relaciones de pareja

Como ya dijimos, la cuestión de la disonancia entre ser y deber ser es constante, y es un prisma bajo el cual es posible analizar infinidad de situaciones. En todo caso es sustancial que antes hayáis leído los capítulos anteriores.

Os espero… ¿ya? Pues adelante con él

seduccionligaregolandatraermujeresparejacelosproblemas

Ejemplo en una relación de pareja:

María me encanta. Me fascina. Cuando me habla de su pasado me siento afortunado de estar con ella. Pero hay un problema, de vez en cuando se escribe con su antiguo novio. En este caso  sin reflexionar sobre ello ya tengo un “deber ser heredado” que sin ninguna duda me hace sentir celoso. Aquí el deber ser que muestran muchas series de televisión es algo así como:

“Si mi pareja me respeta no debe mantener contacto con su ex. Y yo debo imponerme”.

Reflexionemos con el proceder que ya explicamos en el artículo anterior:

  1. Autoconocimiento y honestidad. Ya he dicho que me encanta María. Si soy honesto, yo soy como soy gracias a las parejas que he tenido. Eso significa que por mucho que me cueste reconocerlo, si María no hubiese tenido ese novio ella sería distinta. Sus relaciones pasadas forman parte de ella, y yo no tengo potestad para decirle lo que debe hacer con ellas, como ella no tiene potestad para decirme cómo debo comunicarme con mi ex a la que además le tengo cariño.
  2. Generación y sustitución de idea normativa. Sugiero en este caso: “debo respetar la manera como mi pareja gestiona su pasado, y además tener en cuenta que ese pasado es la que la ha hecho atractiva a mis ojos”.
  3. Acción. He cambiado mi idea normativa, pero no soy tonto y sé que María es un bombón y que los exnovios no buscan precisamente amistad. Con la nueva definición ya no debo echarle en cara que hable con él. ¿Qué puedo hacer? Entender que quien tiene las oportunidades soy yo. Ella hablará con él de vez en cuando, pero es conmigo con quien queda, con quien pasa la tarde cocinando y riendo, y  con quien estará el próximo fin de semana a solas en una casita rural. Buena suerte, ex-novio, porque María me ha elegido a mí y yo pienso aprovechar mis oportunidades.
  4. Comprobación. Huelgan los comentarios

 

Por último, un ejemplo más ligero y común, en una conversación:

Recuerdo que en uno de los últimos podcasts, Álvaro trataba de conocer a una chica en la cafetería de la universidad. Ella se lo estaba pasando genial, pero en cierto momento, no importa mucho por qué, le pone una barrera de estilo “deber ser”:

La gente interesante se conoce en lugares interesantes. (Aquí ella comunica mediante un “deber ser” nada funcional que Álvaro puede no ser interesante porque la cafetería no lo es).

-¿Y de veras lo crees? ¿Nunca has conocido a alguien interesante en un lugar no interesante? (Muy bien, Álvaro la invita a que reflexione, apelando a su propia experiencia y modificando un “deber ser” heredado que probablemente ni la propia chica se cree).

De un modo muy resumido, Álvaro disuelve un “deber ser” completamente disonante con la realidad que él conoce: la gente interesante se conoce en cualquier sitio.

Otro ejemplo en conversación,

que es relativamente cotidiano, es encontrarnos con alguien que nos atrae pero objeta que “somos demasiado jóvenes”. Ahí hay un deber ser: “mi pareja debe tener una edad cercana a la mía”. Os lo voy a dejar para vosotros. Me sentiré muy satisfecho si a través de los comentarios alguien propone un “deber ser” que le resulte más funcional. Si queréis, en unos días daré yo mismo una solución. Propiciemos pues el intercambio de ideas en este artículo con vuestros comentarios que ya he escrito muchas líneas y estoy deseando leer las vuestras.

RESUMIENDO Y CONCLUYENDO

Tenemos dos opciones, procurar a toda costa que nuestras ideas concuerden con el “deber ser heredado”, o intentar que sean propias y funcionales para acercarnos a nuestra felicidad. Por cierto, de felicidad precisamente hablaremos pronto en esta sección.

Para finalizar, insisto y probablemente no por última vez: Egoland Seducción siempre se ha caracterizado por no deciros cómo debéis de ser. Ni tenemos la verdad absoluta ni pretendemos tenerla. Probad, cuestionad, interiorizad, desechad lo que no encaje con vuestra forma de ser y pensar. Pero eso sí, os sugerimos que reflexionéis sobre vuestra manera de pensar y de dónde viene. Ningún “deber ser” os será tan útil como el que vosotros mismos elaboréis y contrastéis con la realidad.

Contento de escribir. Javier Santoro

PD: como ya sabéis, vuestros comentarios enriquecen este artículo y serán todos contestados. Además, con cada comentario nace un gatito.

El “ser” y el “deber ser” (III): Ejemplo en el ámbito sexual

En la primera parte de este artículo veíamos el conflicto que supone que no coincida lo que “debe ser” con lo que las cosas realmente son.

En la segunda parte vimos cómo se nos inculcan ideas normativas heredadas, y cómo podemos generar ideas normativas propias.

Así que en esta tercera veremos ejemplos en el ámbito sexual

Ejemplo 1. Ámbito sexual.

El ámbito sexual está plagado de ideas normativas. En parte porque la televisión emite series de adolescentes de instituto con vidas sexuales de adultos promiscuos y sexualmente liberados… cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

El siguiente caso es real:

Rosa y Martín están muy enamorados. Disfrutan mucho uno del otro. Cuando no están juntos se van a dormir pensando uno en el otro, y cuando se despiertan el otro en el uno. Ahora bien, llevan dos meses y ella no llega al orgasmo.

Esto les genera un cierto estrés. Rosa y Martín hacen como que no les importa demasiado, pero ella ya se lo ha planteado a dos de sus amigas, y él busca información en internet. Ambos se estresan un tanto, él porque cree que no está dando todo lo que debe darle, y ella porque ve la frustración de él y cuando practican sexo no puede evitar pensar en “el problema”, lo cual dificulta aún más el orgasmo.

Reflexionemos. Aquí hay un “deber ser” de fondo: una pareja completa debe dar y recibir una calidad sexual similar, la cual tiene como máximo indicador los orgasmos.

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Con esta idea normativa, Rosa y Martín sienten que algo falla. Recordemos las fases para cuestionar y sustituir las idea normativa: autoconocimiento, generación/sustitución de la idea normativa heredada, acción y comprobación:

  1. Autoconocimiento y honestidad. ¿Qué quiero realmente? En realidad, tanto Rosa y Martín lo que desean es seguir estando juntos cuando se levantan por la mañana. Ellos son un fin en sí mismos, ninguno de los dos conoce mayor goce que el de estar juntos, estén en la cama o estén jugando al tenis. Les encanta el sexo, ambos sienten que dan y reciben amor y placer. Si lo piensan, realmente están satisfechos. Y lo que realmente les incomoda es pensar que quizá la otra persona no se encuentre satisfecha, y no se atreva a decirlo.
  2. Ya hemos visto el efecto que produce la idea normativa: estrés. Podemos sugerir un nuevo y propio “deber ser” como: una pareja de éxito debe disfrutar del sexo como una forma más de comunicación. Ver que el buen sexo, como la comunicación, no está solo en la cama, ni solo en el orgasmo, sino que impregna todos los ámbitos de la relación. De este modo se entiende que el placer, afortunadamente, no está exclusivamente en la eyaculación ni en el orgasmo. Está y puede ser disfrutado en cada mirada, beso, mordisco, olor, sabor, sensación, en el placer de dar placer… de modo que en ocasiones se llegará al orgasmo, y en ocasiones no. Pero el orgasmo no es el fin de nada.
  3. Acción. En el caso de esta pareja, la acción será la comunicación con honestidad de la nueva idea. Advertencia, si no se cree en la idea, probablemente esta fracasará. No sugiero que os hagáis los genuinos hasta que seáis genuinos. Sugiero que busquéis los “deber ser” en los que realmente creáis y deseáis. En este caso, sugiero que la pareja enfatice la pequeñez de su “problema” en comparación con la cantidad enorme de motivos que esta pareja tiene para sonreír y disfrutar. Considero que es completamente sensato y saludable desdramatizar el asunto.
  4. Comprobar si la nueva idea normativa resulta más funcional o no. En este caso, es probable que la pareja empiece a disfrutar más del sexo (y paradójicamente, a tener más orgasmos, al anular el estrés de no estar cumpliendo con el “deber ser” heredado). Comprobamos: ¿se adapta mejor a la realidad y me hace más feliz? Con la idea original, el sexo era bueno si había orgasmo. Con la idea propia reflexionada, el sexo a veces puede ser increíble sin llegar al orgasmo, y otras veces tan trascendental como una conversación sobre el estado del tiempo, aunque haya habido orgasmo.

Por otra parte, la idea normativa que sugerimos en este ejemplo la considero mucho más funcional que uno de los “deber ser” más extendidos que existe, probablemente por herencia de la cultura pornográfica: “el sexo finaliza con la eyaculación masculina”. Esta idea normativa hace que muchas mujeres se sientan frustradas si el hombre no ha llegado a eyacular. Y que muchos hombres se estresen pensando que si eyaculan demasiado pronto todo habrá acabado y si no eyaculan ella puede pensar que no es lo suficientemente atractiva. Así definido, no es raro que se dé una situación en la que ambos estén pensando en el fin en lugar de disfrutar el momento, en lo genial, hedonista y feliz de cada milímetro del camino sexual. Como en otras cuestiones de la vida, esto va de no preocuparse tanto por el destino al que llegar y disfrutar más el viaje.

Me consta que algo similar comunicó un buen amigo a una preciosa mujer que en cierto momento le pidió disculpas porque “nunca llegaba al orgasmo con la penetración”.

¿Perdona? Nuestro amigo sustituyó la idea normativa que atormentaba a la joven por no alcanzar “el deber ser heredado”. Un deber ser que le había hecho preocuparse con otros hombres hasta el punto de sentir que debe pedir perdón. Es de locos. Una vez asumida una nueva idea normativa similar a la sugerida en el punto 2, ella empezó a disfrutar y ver lo fabuloso de cada instante con él, y cuando por fin se despreocupó… tuvo por primera vez orgasmos con la penetración.

Una cuestión crucial sobre la que volveré es que niego rotundamente que haya un “deber ser” que sea más cierto, más objetivamente útil o mejor que otro. Lo que pretendo con esta serie de artículos es que estemos en guardia contra nuestros “deber ser heredados”, y que consideremos si nos resultan funcionales. La cuestión de fondo es que según como cada uno defina la situación, sentirá unas cosas u otras (principio básico de la psicología cognitiva).

Por último, segunda advertencia para los críticos más agudos: tratar de ajustar mi idea sobre cómo debe ser el mundo a como realmente es, no implica una resignación inmóvil y estéril. Desde mi punto de vista implica madurez e inteligencia. Los protagonistas del ejemplo no solucionan el problema diciendo: “es normal no tener orgasmos”. Lo que hacen es considerar que “nos da igual si es normal o no tener orgasmos durante estos meses que llevamos de relación, lo importante es que nos encanta estar juntos, disfrutamos cada instante, y además en el corto o largo camino a descubrir cómo darnos orgasmos nos lo vamos a pasar en grande”. Se trata de una solución que comprende que ambos tienen motivos objetivos de sobra para sentirse felices.

Espero y deseo que con estos ejemplos, que encarnan la parte teórica explicada en las dos primeras partes de esta serie de artículos, veamos que la reflexión que proponemos es una herramienta, un prisma, bajo la cual es posible analizar y cambiar infinitas situaciones. En el próximo artículo trataré un ejemplo relativo a una situación común en una relación de pareja y otro aplicable a una conversación. También os mandaré deberes…

PD: como siempre, no dudéis que vuestros comentarios enriquecen mucho los artículos. Y por supuesto, siempre contesto a todos. Y a quien no, le envio bombones.

 

El “ser” y el “deber ser” (II): ¿Cómo construimos el “deber ser”?

En la primera parte de este artículo veíamos el conflicto que supone que no coincida lo que “debe ser” con lo que las cosas realmente son.

Así que en esta segunda parte veremos cómo se nos inculcan ideas normativas heredadas, y cómo podemos generar ideas normativas propias.

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¿Cómo construimos nuestras ideas normativas o el “deber ser”?

Pensemos en la idea normativa de relación: Antes de tener una relación, yo ya vengo de serie con una idea de cómo debe ser, una idea que es una mezcla de los estímulos de mi entorno social, lo que he visto en televisión, lo que me han contado… pero lo más peligroso es que probablemente llegue a creer que es una idea propia: creada, reflexionada y aceptada conscientemente por mí. ¿Seguro? ¿O sólo soy como la niña que mencionaba en la primera parte?

Nos llegan ideas por una puerta trasera que probablemente ni siquiera sabemos que existe. Por ello generar ideas propias supone un ejercicio enorme de experiencia y reflexión. En el sentido literal del término reflexionar, es decir: “considerar nueva o detenidamente algo”.

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Una vez que reflexionamos racionalmente puede que el resultado, la definición obtenida, coincida o no con lo que se nos dijo que algo era, pero ya nos encontramos en otro nivel, en un espacio específico. Por ello no es mala señal cuando una idea nueva nos parece poco intuitiva, paradójica, o resulta extraña para la mayoría de la gente.
Nótese que el problema no es tener expectativas o ideas sobre cómo deben ser las cosas. La cuestión sobre la cual nos interesa reflexionar es si esas ideas nos ayudan o no a ser felices. Sí, felices. No estamos aquí para otra cosa por poco que lo mencionemos. En este sentido, cuidado con lo que consideramos normal, ya que puede ser nuestro peor enemigo.

Tampoco creamos que forjar un criterio propio es una cuestión que emerge automáticamente de los individuos, dado que la sociedad, como señalamos en la primera parte, está plagada de reglas y normativas heredadas, el proceso de aprendizaje y de creación de criterios propios encontrará como mínimo una buena dosis de resistencia social. Ya hablamos sobre el hecho social, la resistencia y las ventajas de extravagar en los tres artículos sobre “El hecho social y la extravagancia”.

Ante todo tenemos que estar preparados para que nuestras nuevas ideas y nuestros nuevos criterios se vean cuestionados por un colectivo que no estará precisamente predispuesto a aprobarlos y mucho menos, a probarlos.

Si me habéis seguido hasta aquí me diréis: bien Javi, pongamos que algo de razón tienes, pero, ¿cómo puedo cambiar mis ideas normativas?
¡Buena pregunta!

Primero tengamos en cuenta tres reglas. Cambiar una idea normativa (un “deber ser”) siempre será más fácil cuando:

más frustración provoque la idea normativa heredada cuando la contrasto con la realidad (un profesor que asume que los alumnos deben ser disciplinados por el mero hecho de ser alumnos, si lleva cinco años de docencia enfrentándose a alumnos que no lo son, experimentará frustración, y le resultará útil cambiar su definición para enfrentarse de modo más eficiente a la realidad);

− más funcional resulte la nueva idea respecto a la anterior (más felicidad y satisfacción genere la nueva concepción).

− menos personas se vean afectadas o focalizadas en el cambio (es más fácil convencer a tu chico de que no tiene sentido ser celoso que convencer a todos tus vecinos).

Teniendo en cuenta estas tres normas, voy a aplicar la sustitución de ideas normativas heredadas por ideas normativas propias, básicamente mediante la reflexión. Daré varios ejemplos. No serán cortos, ya que la sustitución de ideas heredadas conlleva un proceso muy estimulante y retador que se compone, por lo menos, de las siguientes fases: autoconocimiento, generación/sustitución de la nueva idea normativa, acción y comprobación.
Al igual que sucedió con los artículos sobre extravagancia, ahora que tenemos un trasfondo teórico sólido podemos volcarnos en los casos prácticos que tanto nos gusta a los devotos de San Ejemplo.
A ello nos dedicamos en el próximos artículos, uno de ellos enmarcado en el ámbito de la sexualidad.

PD: por supuesto, no dudéis que vuestros comentarios enriquecen este artículo y antes o después contesto a todos. Con cada comentario un niño se cura un esguince en algún lugar de Australia.

 

El “ser” y el “deber ser” (I): Dime cómo defines y te diré qué sientes

Inestimables lectores.

Supongo que ya habréis leído los artículos sobre extravagancia y hecho social. No será porque no os he dado tiempo… me he ido a Japón incluso, para no presionaros. En la presente serie de artículos reflexionaremos sobre una cuestión cuyo abordaje confieso que me resulta muy ambicioso. Se trata de algo en algún aspecto complementario con lo ya explicado. Introduciré el tema mediante una anécdota personal:

Me encontraba impartiendo una clase en un gimnasio, cuando Eva, una alumna de cinco años me impactó porque en tan solo tres clases estaba avanzando mucho más rápido de lo que yo avancé en su día. Con la intención de animarla, le dije:

-Eva, si sigues entrenando así de bien, cuando seas mayor serás alta, flexible, resistente, ágil, guapa, y vas a tener muchos novios.

Solo se puede tener uno -respondió convencida-.

¡Qué bello concepto del amor con solo cinco añitos! Bien, ahora volved al mundo real y poneos las gafas sociológicas.

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¿Qué tenemos? Una niña que con cinco años ya asegura saber como debe ser una relación con un convencimiento sorprendente. Pueden pasar quince años hasta que ella tenga algo similar a lo que luego comúnmente entendemos como relación de pareja, pero mucho antes ella ya ha heredado un “deber ser, una idea normativa de relación. Esta es la tesis principal sobre la que pretendemos reflexionar en este texto: en la mayoría de casos, aprendemos cómo deben ser las cosas mucho antes de enfrentarnos a cómo realmente son -a través de nuestra experiencia-. Desde la jerga sociológica, se dice que solemos aprender antes lo normativo que lo positivo.

Un joven de 13 años tiene una idea de cómo debe ser el sexo mucho antes de haberlo practicado, o de haberlo practicado las veces suficientes para tener una idea propia.

Esto resulta funcional a la sociedad e incluso podemos decir que es consecuencia de nuestra naturaleza social: al llegar a este mundo entramos en un club que ya existía, y que seguirá existiendo cuando nos vayamos. Una sociedad con sus normas, valores, aspectos cognitivos, creencias, signos… Por lo tanto resulta funcional que en la socialización (de la cual hablaremos más detenidamente en futuros artículos) nos enseñen reglas de juego antes de tener que jugar. Esto nos ayuda a predecir situaciones y reducir el grado de incertidumbre en la interacción con el mundo. De hecho, en las ocasiones en las que no tenemos un “deber ser” de referencia nos sentimos desorientados[1].

DISTANCIA ENTRE CÓMO DEBE SER Y CÓMO ES

Sí, aprender las reglas antes de jugar es en ocasiones funcional, pero continuamente nos encontramos con que las cosas no son como creemos que deben ser. En ocasiones media una distancia enorme entre cómo consideramos que la realidad debe ser y cómo esta es. Tomemos por caso:

Millones de personas tienen una idea de cómo debe ser el día de su boda, aunque no se hayan casado ni piensen hacerlo.

-El día de mi boda debe ser el día más feliz de mi vida.

¿Y si no lo es?

En este caso -extensible a miles de ejemplos distintos- se describe un ciclo como el siguiente:

  1. Aprendemos antes “el deber ser” que el “ser”.
  2. La experiencia nos muestra cómo son las cosas.
  3. La versión normativa y la práctica no coinciden, lo cual nos predispone al conflicto

No es raro que luego nos extrañemos cuando los planes no salen como esperábamos, cuando ninguna familia es como “debe ser”. No es extraño que rechacemos entonces al que no siente lo que se supone que debería sentir, al que no se comporta como se supone se debería comportar…

Es por ello que como sugiere el genial psicoterapeuta americano (de origen austríaco) Paul Watzlawick:

la mayor fuente de angustia humana, de tensiones e incomodidades proviene de la contradicción que genera la diferencia entre lo que algo debe ser y lo que realmente es.

En el punto 3, que aborda el conflicto, hay como mínimo dos opciones: aceptar la realidad tal como es y desenvolverse en ella, o bien luchar por adaptarla a nuestro “deber ser”. No sé si os sorprenderá, pero en la mayoría de casos solemos tratar de hacer lo segundo, con el mismo éxito que quien se empeña en fijar un clavo en la pared martillando la punta.

La lista de “deber ser heredados” no coincide precisamente con las vivencias imprescindibles que nos hacen felices, sino más bien todo lo contrario. El gran escritor norteamericano Mark Twain dijo que la realidad siempre supera la ficción, porque esta última tiene que tener sentido en nuestras mentes, enmarcarse dentro de los límites específicos de ese entorno ficticio que es el deber ser normativo. Es por ello que muchas personas se empeñan en adaptar la realidad a esa ficción cueste lo que cueste y terminan malgastando su precioso e irrecuperable tiempo en un intento por amoldarse a algo demasiado pequeño y rígido para alojar sus realidades.

Una vez puesto de manifiesto el conflicto que supone que no coincida lo que “debe ser” con lo que las cosas realmente son, el próximo artículo lo dedicamos a abordar los detalles sobre cómo se nos inculcan ideas normativas heredadas, y cómo podemos generar ideas normativas propias. ¡No os lo perdáis! ¡Haz click abajo!

PD: recordad que todo comentario enriquece este artículo, y además, me hace sonreir.


[1] . Aun así, estas ocasiones son escasas. Entre los ejemplos que he encontrado en mi experiencia, está desde el tener que moverme en un país con normas realmente distintas a las de la sociedad española -hablo de algunas partes de la India-, a tener que enfrentarme a una ruptura de pareja. Los individuos tenemos más claro cómo debe empezar una relación, que cómo debe cambiar o finalizar. Os diré, para no meterme demasiado en estos casos, que en las situaciones donde no hemos heredado un “deber ser” de referencia hay un alto grado de incertidumbre y en ocasiones incomodidad, pero a largo plazo se aprende mucho más y se logran soluciones mucho más eficaces.

La extravagancia y el hecho social (II): La resistencia social

En la primera parte vimos que extravagar tenía una connotación positiva:

Si “extravagamos” nos aventuramos, buscamos con valentía modos nuevos de llegar donde queremos.Puedes y debes leer la primera parte aquí:

Vamos con la segunda parte:

Como el que avanza por un lugar nuevo o se adentra en una selva virgen, el que “extravaga”, no tiene el camino hecho, por lo que encontrará resistencia. Y es aquí donde debo introducir un concepto y un autor tan enorme que probablemente hablemos de él en el futuro. A finales del Siglo XIX, Émile Durkheim, uno de los padres de la sociología, definía el hecho social:

Los hechos sociales son formas de actuar, pensar o sentir externas a los individuos y que están dotados de un poder de coacción en virtud del cual se le imponen”.

De momento lo que nos interesa saber, es que el modo más evidente de identificar un hecho social es por lo que sucede si no lo sigues: recibirás resistencia social.

EJEMPLO DE RESISTENCIA SOCIAL:

Pongamos que en 1950, Carmen, que acaba de cumplir los 25, no ha encontrado un chico con quien quiere tener ninguna relación, y además tampoco está muy preocupada por ello por motivos que ahora no vienen al caso. Pues sea cual sea la conciencia y voluntad de Carmen, se encontrará con bromas de su entorno (“se te va a pasar el arroz”), con que los personajes de las películas o novelas que ella ve ya han encontrado el amor de su vida a su edad, que en su entorno la mayoría de mujeres de su edad no solo están casadas sino que esperan su segundo hijo… y ella incluso bromea aceptando la anormalidad de su situación diciéndole a su madre: “¡me voy a quedar para vestir santos!”.

Ella además se ha enterado que su tía abuela va diciendo que si sigue así será una solterona. Esto le sienta como un tiro. Y en su interior, le molestan mucho más esos comentarios y el hecho de empezar a no sentirse cómoda en ciertos ambientes por no estar casada, que el hecho mismo de no estarlo. Carmen, por actuar como actúa, e independientemente de su voluntad y conciencia, recibe resistencia social constante.

EJEMPLO 2

¿Qué pasa si Marcos, año 2011, ha decidido casarse con 19 años? Algo muy similar. Recibirá resistencia social manifiesta, cuando su primo le diga “Marcos no te cases, disfruta de la vida que eres muy joven”. Y resistencia social latente, al sentir cierta incomodidad cuando se vea a sí mismo de botellón con su mujer y la presente a todos: “esta es Ángela, mi esposa. Trae los hielos”. Nos suena raro, ¿no? Deliberadamente estoy usando el verbo “recibir” resistencia social. Y evitando usar “percibir”. ¿Por qué?

En primer lugar porque el hecho social es de difícil percepción. Lo que es más perceptible son sus efectos: desde una mirada sutil de reproche o incomprensión hasta un duro castigo (en el caso de un delito, por ejemplo), pasando por sentir que debemos dar explicaciones por actuar de cierto modo. Y en segundo lugar porque en general, y si no estamos educados para ello, las personas aceptamos los hechos sociales, los naturalizamos, y consideramos que actuamos por nuestra propia voluntad. Mucha gente afirmará simplemente que es más natural hablar del tiempo con un desconocido que hablar sobre lo emocionado que te encuentras hoy por haber aprendido algo nuevo. Que la coerción o resistencia social no sean aparentes o sean latentes no le resta contundencia, sino todo lo contrario.

En muchas ocasiones, esta coacción está directamente vinculada al miedo. El miedo al qué dirán, qué pensarán y otros “qué” nada significativos pero que terminan condicionando la conducta individual en pro de los condicionamientos colectivos. Un miedo que paraliza y nos hace retroceder a la fila, que nos hace tragarnos esa pregunta tan esencial porque tal vez es una tontería y que nos inhibe de sonreír a esa persona que nos gusta, porque lo más seguro es que ya sale con alguien.

Es tal vez por ese miedo que hay pocos aventureros reales en nuestro mundo y que la aventura (otra maravillosa palabra del latín ad + venire, algo así como “enfrentar lo que está por llegar”) sea una especie de falsedad disfrazada que se reduce hoy en día a excursiones muy bien protegidas y planificadas, con un margen de riesgo casi nulo.

Un hecho social necesita casi siempre prescindir de dichos riesgos. Esa resistencia social condena a todo el que se resiste a someterse o amoldarse a conductas “aceptadas” como comprarse una casa, un coche, terminar una carrera universitaria, o hacerse un seguro de vida (nada más paradójico en una sociedad donde hasta donde yo sé, la muerte es infalible). Muy bien, concepto explicado. ¿Y esto para qué nos sirve? Para aprender, y de modo gratuito, ¿qué más queréis? Algo útil para vuestros propósitos mandangueros eh… Pues no os perdáis la próxima entrega, donde aprenderemos a aprovechar la resistencia social a nuestro favor. Gracias a que ya tenemos la teoría clara, la próxima entrega promete ser la más práctica

TERCERA PARTE:

 

La extravagancia y el hecho social

La extravagancia y el hecho social

Inestimables lectores,
Entremos en harina sociológica apostando algo. Si ahora mismo bajo a los bares y con mi mejor disfraz de camuflaje escucho las conversaciones, encontraré muchísimas más que versen sobre la “prima de riesgo” que de “¿cuáles han sido las influencias más importantes de tu vida?”. Y eso, que la mayoría de personas sabemos responder mejor a la segunda pregunta, e incluso nos lo pasaríamos mejor haciéndolo que hablando de la primera. También sospecho que si me pongo a buscar parejas que acaban de quedar por primera vez, encontraré a muchas más tomando un café, que haciendo un picnic en un parque. A pesar de que hacer un picnic con la comida, lugar, y tiempo adecuados puede ser mucho más inolvidable que un café.

También te puede interesar:

Si “extravagamos” nos aventuramos, buscamos con valentía modos nuevos de llegar donde queremos.

En este serie de artículos no quiero sugerir de qué podemos hablar (este tema lo tocó Yago con mucho acierto) ni qué debemos hacer en una primera cita (Helio y Pau tienen interesantes escritos al respecto). Lo que pretendo en estas líneas es que nos preguntemos por qué si en mi próxima conversación en la calle pregunto “¿cuáles han sido las influencias más importantes de tu vida?” me mirarán más raro que si comento que “¡qué calor sigue haciendo!”.

Los casos son infinitos, pero la cuestión es que si Marta está hablando con un compañero interesante que ha conocido al pedirle los apuntes de la primera
clase de Textología (por ejemplo), proponerle que vayan a la playa pasando antes por la pastelería más cercana se le hará más raro que proponerle tomar una cerveza en la cafetería. Y no sé vosotros, pero el plan pastelería-playa a mi mientras no venga el frío me mola más. Lo que sucede, es que Marta estará cometiendo lo que aquí denominaremos una extravagancia.

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¿Qué es extravagancia?

Extravagancia. Una de mis palabras favoritas. A pesar de que en español posee cierta connotación negativa, comencé a ver la extravagancia con muy buenos ojos el día que encontré su origen latino. A riesgo de que alguna profesora de latín me lance un diccionario a la cabeza mientras cruzo un paso de peatones, extra vagari sugiere que extra vagar es andar por donde no se ha andado antes, caminar por caminos no trillados. Si “extravagamos” nos aventuramos, buscamos con valentía modos nuevos de llegar donde queremos. Y en ocasiones, incluso, de llegar a lugares tan nuevos que no podríamos haber sospechado que queríamos llegar, por lo que nos alegramos de haber “vagado”. Así que hacedme un favor, y dadle una segunda oportunidad a la extravagancia ahora que conocéis su etimología.

Disfruta de nuestro podcast respecto a la extravagancia

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La resistencia social

Como el que avanza por un lugar nuevo o se adentra en una selva virgen, el que “extravaga”, no tiene el camino hecho, por lo que encontrará resistencia. Y es aquí donde debo introducir un concepto y un autor tan enorme que probablemente hablemos de él en el futuro. A finales del Siglo XIX, Émile Durkheim, uno de los padres de la sociología, definía el hecho social:

Los hechos sociales son formas de actuar, pensar o sentir externas a los individuos y que están dotados de un poder de coacción en virtud del cual se le imponen”.

De momento lo que nos interesa saber, es que el modo más evidente de identificar un hecho social es por lo que sucede si no lo sigues: recibirás resistencia social.

EJEMPLO DE RESISTENCIA SOCIAL:

Pongamos que en 1950, Carmen, que acaba de cumplir los 25, no ha encontrado un chico con quien quiere tener ninguna relación, y además tampoco está muy preocupada por ello por motivos que ahora no vienen al caso. Pues sea cual sea la conciencia y voluntad de Carmen, se encontrará con bromas de su entorno (“se te va a pasar el arroz”), con que los personajes de las películas o novelas que ella ve ya han encontrado el amor de su vida a su edad, que en su entorno la mayoría de mujeres de su edad no solo están casadas sino que esperan su segundo hijo… y ella incluso bromea aceptando la anormalidad de su situación diciéndole a su madre: “¡me voy a quedar para vestir santos!”.

Ella además se ha enterado que su tía abuela va diciendo que si sigue así será una solterona. Esto le sienta como un tiro. Y en su interior, le molestan mucho más esos comentarios y el hecho de empezar a no sentirse cómoda en ciertos ambientes por no estar casada, que el hecho mismo de no estarlo. Carmen, por actuar como actúa, e independientemente de su voluntad y conciencia, recibe resistencia social constante.

EJEMPLO 2

¿Qué pasa si Marcos, año 2011, ha decidido casarse con 19 años? Algo muy similar. Recibirá resistencia social manifiesta, cuando su primo le diga “Marcos no te cases, disfruta de la vida que eres muy joven”. Y resistencia social latente, al sentir cierta incomodidad cuando se vea a sí mismo de botellón con su mujer y la presente a todos: “esta es Ángela, mi esposa. Trae los hielos”. Nos suena raro, ¿no? Deliberadamente estoy usando el verbo “recibir” resistencia social. Y evitando usar “percibir”. ¿Por qué?

En primer lugar porque el hecho social es de difícil percepción. Lo que es más perceptible son sus efectos: desde una mirada sutil de reproche o incomprensión hasta un duro castigo (en el caso de un delito, por ejemplo), pasando por sentir que debemos dar explicaciones por actuar de cierto modo. Y en segundo lugar porque en general, y si no estamos educados para ello, las personas aceptamos los hechos sociales, los naturalizamos, y consideramos que actuamos por nuestra propia voluntad. Mucha gente afirmará simplemente que es más natural hablar del tiempo con un desconocido que hablar sobre lo emocionado que te encuentras hoy por haber aprendido algo nuevo. Que la coerción o resistencia social no sean aparentes o sean latentes no le resta contundencia, sino todo lo contrario.

En muchas ocasiones, esta coacción está directamente vinculada al miedo. El miedo al qué dirán, qué pensarán y otros “qué” nada significativos pero que terminan condicionando la conducta individual en pro de los condicionamientos colectivos. Un miedo que paraliza y nos hace retroceder a la fila, que nos hace tragarnos esa pregunta tan esencial porque tal vez es una tontería y que nos inhibe de sonreír a esa persona que nos gusta, porque lo más seguro es que ya sale con alguien.

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Es tal vez por ese miedo que hay pocos aventureros reales en nuestro mundo y que la aventura (otra maravillosa palabra del latín ad + venire, algo así como “enfrentar lo que está por llegar”) sea una especie de falsedad disfrazada que se reduce hoy en día a excursiones muy bien protegidas y planificadas, con un margen de riesgo casi nulo.

Un hecho social necesita casi siempre prescindir de dichos riesgos. Esa resistencia social condena a todo el que se resiste a someterse o amoldarse a conductas “aceptadas” como comprarse una casa, un coche, terminar una carrera universitaria, o hacerse un seguro de vida (nada más paradójico en una sociedad donde hasta donde yo sé, la muerte es infalible). Muy bien, concepto explicado. ¿Y esto para qué nos sirve? Para aprender, y de modo gratuito, ¿qué más queréis? Algo útil para vuestros propósitos mandangueros eh…

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Claves de Seductor – Potenciar el carisma con la extravagancia

El hecho social parece actuar en ocasiones como una fuerza hacia la homogeneidad social: “no te salgas del camino, y así no tendrás que dar tantas explicaciones”.

¿Cómo resolver el dilema, si queremos hacer las cosas de un modo distinto y no sentirnos incómodos por ello? Amigos, el dilema se resuelve del siguiente modo:

Si pensamos un poco, admiramos a aquellas personas que han logrado andar por caminos por los que nadie había caminado, que se han atrevido a abrir nuevas sendas, que a pesar de obstáculos y críticas fueron valientes para llegar donde querían sin pasar por donde se supone se ha de pasar. Si al igual que yo, sois devotos de San Ejemplo, veamos un par de casos de resistencia social que se convierte en disfrute por saborear la libertad de comportarse de
un modo extraordinario.

ESTRUCTURA BÁSICA DE LA HERRAMIENTA YA SÉ QUE NO ES NORMAL PERO…

YA SÉ QUE ESTO NO ES LO NORMAL PERO + HERRAMIENTA 2 (Narrador, espectador película subtitulada, Qué por qué y para qué, Comunicación emocional, etc.)

1.- Desvelar que sé que me he saltado lo habitual, lo normal, el hecho social: YA SE QUE ESTO NO ES LO NORMAL PERO…

2.- Generar el valor añadido por hacerlo: Información u otra herramienta

EJEMPLO DE LA HERRAMIENTA EXTRAVAGANCIA PARA CHICOS
Estoy leyendo en la playa pero he comenzado la misma página doscientas veinte veces porque mi mirada se escapa continuamente haciala pequeña mariposa tatuada en una espalda grácil y morena de una chica bronceada escasos metros a mi derecha. Inspirado por este artículo, decido cometer la extravagancia de comprar un par de Daiquiris, y acercarme a ella para presentarme.

– Hola… mira estaba tomando el Sol, como tú, disfrutando de la playa, como tú, y he pensado que esto sólo podría mejorar si una chica encantadora se acercara a mi y me ofreciese algo bueno y fresquito. Pues eso viene a ser lo que te está pasando a ti. Por cierto, soy Javi, ¿tú?

No tengo mucho tiempo así que tras una breve pero hilarante conversación sobre mi interés por encontrar una compañera para convertirme en campeón mundial de jugar a las palas, pido el número de teléfono y lo consigo. La conversación me ha gustado, tengo ganas de volver a verla, así que antes de irme comunico lo siguiente (¡atención!):

“Paula, normalmente no se conoce a alguien ofreciéndole un Daiquiri en medio de la playa… Pero a veces uno se alegra de no haber hecho las cosas como las hace la mayoría de la gente. Que sepas que espero que sea una de esas ocasiones”.

[bctt tweet=»Saborea la libertad de comportarte de un modo extraordinario.»]

Et voilà! He legitimado la extravagancia.

Analicemos la estructura de lo comunicado:

“Paula, normalmente no se conoce a alguien ofreciéndole un Daiquiri en medio de la playa” (= Soy consciente del Hecho Social, he “extravagado”)
“Pero a veces uno se alegra de no haber hecho las cosas como las hace la mayoría de gente” (= legitimo mi extravagancia porque eso me acerca más a lo
que realmente deseo)

Y además estoy dando ejemplo y generando un sentimiento de complicidad para que Paula no tenga miedo por ser diferente, por saltarse hechos sociales.
Dicho de otro modo: no ha actuado raro, ¡he actuado extraordinario! Y a la mayoría, inestimables lectores, nos gusta lo extraordinario. Con un principio así, es mucho más fácil que cuando queden por segunda vez decidan ir a tirarse en paracaídas que a tomar café en un bar (con todos mis respetos para quienes adoren tomar café en un bar… en todo caso en Egoland desaconsejamos enérgicamente tomar café mientras saltamos en paracaídas. O una cosa, o la otra).

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EJEMPLO PARA CHICAS

Permitidme ahora explotar mi faceta femenina con otro ejemplo desde la perspectiva del sexo opuesto:

Voy en el metro y he cruzado varias miradas con un chico alto, con pelo largo, gafas y perilla con una pinta de artista del recopetín. Bajo del metro y cuál es mi sorpresa que él baja conmigo. Mientras caminamos juntos hacia la salida, pienso: “Amanda, esta es la tuya. El chico de aquel artículo que leí en Egoland era un poco rollero pero tenía más razón que un santo: a mi me apetece conocer a ese chico y me da igual que “se suponga” que la iniciativa la tiene que tener el hombre, estamos en el Siglo XXI. Ahora deja de pensar y actúa, que se nos escapa”.

– Disculpa, igual tengo mala memoria pero no recuerdo haber visto nunca un chico con tan buen gusto para la ropa. Si odias el programa “Hombres, Mujeres y Viceversa”, tienes muchos puntos para que me apetezca conocerte.

Nos reímos, nos damos el número, el chico ha estado a la altura de las circunstancias y me quedo muy tranquila escribiendo:

– Luis, no tengo ni idea de lo que se hace cuando un chico con tan buen gusto te llama la atención a la salida del metro. Muchas chicas ni se acercarían a un hombre ni mucho menos le escribirían tranquilamente el mismo día como si le conociesen de toda la vida. Ojalá que a los dos nos guste ser excepcionales.

¿Cómo lo veis? ¿Identificáis el reconocimiento de estar saltándose el hecho social, y la posterior legitimidad de la extravagancia? ¿Le vamos dando una segunda oportunidad a extravagar, a caminar por donde otros no caminan? Cread vuestros propios ejemplos, y veréis que no estamos hablando sólo de seducción.

La lista de “extravagantes” de la civilización humana (por lo menos de sus personajes más significativos) es asombrosa. Incluye entre otros a un joven que creía que las leyes de la física mecánica no encajaban muy bien con las de un campo electromagnético y desarrolló una nueva teoría sobre la relatividad; a cuatro chicos sin formación musical académica para los que la música tenía mucho de improvisación y mestizaje, y que revolucionaron para siempre la música popular; a un grupo de pintores muy extravagantes que rompieron con la exactitud anatómica de los clásicos y lo redujeron todo a formas y colores básicos, y, casi me olvidaba, a un ambicioso navegante que insistió en que se podía llegar a las Indias por el oeste y se encontró con un continente desconocido, cambiando para siempre el mundo.

En conclusión: extravagad malditos, extravagad. Lo que os venga en gana, y más cuando creáis que eso os va a hacer sonreír o va a hacer que alguien sonría. No olvidemos que si existe un recurso que es infinito, es la creatividad. Siendo este recurso infinito, siempre será poco lo que extravaguemos.

En el futuro, además de otros temas, procuraré seguir trayendo ejemplos de extravagancia útil y positiva. Por cierto, no dudéis que nada me hará más feliz
que cometáis y comentéis vuestras propias extravagancias.


Contento por escribir.