
-¿Qué es lo que más te gusta de tu personalidad?
-Creo que soy bastante intuitiva.
-¿Y qué intuyes que va a pasar entre nosotros en este tren?
Tras otro trago, me contestó que intuía que podía pasar algo que no tenía planeado, a lo que le contesté que coincidía con ella en el análisis.
-¿Y tú?
-Pues antes de hablar de mí quisiera decirte que me gusta de ti es que vives el momento. Eres una mujer aventurera. ¿Me equivoco?
-No. Me gusta vivir el presente.
-Se agradece encontrarse personas que se parezcan a uno.
-Y qué es lo que más te gusta de ti?-preguntó con interés.
-Yo diría que me gusta comunicarme con todo lo que me rodea, sobre todo con las personas que se parecen a mí.
-Sí. Conmigo desde luego te has comunicado muy bien.
-Se hace lo que se puede. Pero aún puedo comunicarme mejor.
-Ah ¿sí?
Me dí cuenta de que estábamos sólos en la cafetería y que la camarera estaba de espaldas. En ese momento la besé en los labios. Tenía una boca espléndidamente carnosa con una lengua que se movía lenta y densa.
Al acabar el beso ella pidió otra copa. Sabía la que se le avecinaba. Y yo estaba encantado de la vida.
De hecho, durante la conversación, ella no hacía el menor esfuerzo en que conocieras sus datos personales. Y todo lo que no es normal es anormal. Parecía evidente que estaba casada y quería darse una fiesta. Yo podía suministrarle emociones fuertes pero apenas quedaba una hora de trayecto. No tenía pinta de que una mujer en pareja pudiera retrasar su llegada a casa. Así que lo tuviera que pasar habría que intentar que sucediera en el tren.
Entonces creí conveniente empezar a enterarse de qué sitios dispone un tren para la pasión. Lo primer que pensé es en el servicio. No iba a ser muy romántico pero sí podría ser morboso. Quizá hubiera algún cuarto de limpieza…
C. Volvió con dos copas. Una para mí y otra para ella.
La cosa estaba clara. Quería algo cañero, mandanguero y sin romanticismos de por medio.
-¿ Y qué es lo que más te gusta de ti físicamente?
-Yo creo que mi boca.
-Preciosa, por cierto. ¿Pero qué me dices de tus pechos?
-Dicen que están muy bien.
-Entiendo.
Eso me confirmó mi idea de su cuerpo.
Le pedí entonces que se desabrochara un botón de su camisa. Ella miró a su alrededor y lo hizo.
Tenía un escote absolutamente hipnótico.
-¿Qué harías tú si fueras yo y tuvieras a una mujer como tú con tan buen gusto para elegir la ropa?
-Pues pasarlo mal. Porque estamos en un tren.
Entendí las ganas que tenía de jugar su poder sobre mí. Por lo visto llevaba tiempo sin sentirse un objeto de deseo explícitamente codiciado. Y lo cierto es que conmigo lo estaba consiguiendo. Me imaginé casado con una mujer como ella y se hizo complicado entender a su marido, si es que estaba en lo cierto. Tanto aroma y tanta curva me podría tener enganchado a su lado mientras estuviera vivo.
-Pues sí. La verdad es que me lo puedes hacer pasar muy mal. ¿Sueles hacéselo pasar mal a la gente o sólo es a mi?
Ella rió y me contestó que hacía mucho tiempo que no. Durante más de dos minutos nos miramos hablando de el tipo de hombres y mujeres que solemos encontrarnos en la vida. Ella me dijo que se suele encontrar hombres muy tímidos que la miraban con deseo de forma incómoda. En cambio otros expresaban sus deseos muy poco acertadamente. Y que jamás ninguno le había dicho algo así en un tren.
Yo le dije algo parecido a una media verdad, que me sonó a mentira, porque me recordaba una historia parecida en un tren dirección Sevilla con una chica más jovencita, eso sí, con menos pecho.
-Pues tú debes ser la primera mujer con semejante boca, semejante escote y con tanto misterio sobre su vida, que me inspira tanto en un tren. De hecho, te daría otro beso.
Recuerdo a mi pene en una actitud muy bélica.
Ella me negó con un dedo delgado y un anillo verde.
-Ahora aquí hay gente.
-Sí, un señor leyendo un periódico y la camarera. Al primero se le vé muy concentrado, y la camarera no va a poder moverse de su sitio.
Ella se divertía con sus negaciones. De hecho, parecía una cría disfrutando de sus primeros momentos de tonteo.
-Ya. Y ¿qué posibilidades crées que tengo para que al llegar a la estación te vengas a mi casa?
–Ningunas.
-¿Ningunas? ¡Joder! Esto ya no mola tanto, C. Quiero que lo sepas.
-¿Tú no eras como yo, hombre de vivir el presente?
Esa frase sólo indicaba algo: Había que buscar un puto vagón, camarote, habitáculo o como se le llame técnicamente en menos de 10 minutos.
-Nos vamos de paseo, C. No te cojo la mano pero imagínate que estamos cogidos.- le dije para evitar incomodarla ante la gente.
Sus ojos brillaron por un momento más de lo habitual. Era una mujer verdaderamente atractiva.
Decenas de caras dormían, leían o se entretenían con la película de las pantallas. Eran completamente ajenos a la escena bélico-emocional-sexual en la que C. y yo nos encontrábamos. Atravesamos pasillos y en cada línea negra que había en las paredes, yo rascaba como si hubiera una puerta. Todo estaba cerrado y aquello a ella le hacía gracia.
-Estamos teniendo muy mala suerte, C.
-O buena. Depende de cómo lo miremos.
-Yo lo veo mal. ¡jajajaja! Y tú deberías verlo igual, C.
-Es muy divertido.– me dijo.
Ella solita nos hacía los NARRADORES. Y vedaderamente era divertido. Pero yo estaba más cachondo que un orangután keniata, y aquello, estaba convencido se podría convertir en algo más divertido todavía si cualquier de esas puertas de plástico se abrieran.
Entonces volví a besarla.
Nos dirigimos al servicio más cercano. Estaba ocupado.
Por un instante nos dimos cuenta de que la excitación era mútua. Esperamos una eternidad, pero al final se abrió la puerta del baño y salió una señora de la cual no recuerdo su cara.
Justo a punto de entrar me dijo con un tono de voz de disculpa que tenía el periódo pero que me podía hacer feliz de todas formas.
-Tengo el periodo.
Un cuarto de hora después, C. me dijo que no iba a darme el teléfono ni ninguna forma de contacto. Llegamos a la estación y se aseguró de salir por una puerta distinta a la mía.Mientras arrastraba mi maleta, la vi con un hombre alto, mayor y bastante guapo.
Seguramente su marido.
Me sentí confuso. Una mezcla de paz y de placer. Una mezcla de tristeza y de haberme sentido utilizado.. ¡Cómo nos parecemos las mujeres y los hombres! Algo bello al fin y al cabo.