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Relato erótico: Caliente y dura

Ya valía, esa noche quería sexo, follar, que me dieran lo mío hasta reventar, nada de amigos con derechos, que al principio muy bien pero nunca se contentan con nada, al final quieren hacerse los dueños de mi sexo y que esté abierto siempre que ellos quieran.

Tampoco es que tuviera muchas veces el cerrojo echado, pero si les decías que si tres veces seguidas o los llamabas a menudo, se terminan volviendo pedantes y posesivos, cosa que en la cama me parecía divertido, pero fuera de ella me dejaba el chocho frío, así que ya llevaba unos meses líada con mi amigo chin-gong, un vibrador made in china, un compañero de juergas siempre dispuesto y en forma ante mis requerimientos y lo único que pedía a cambio era que de vez en cuando le recargara las pilas, un lavado y se quedaba esperando firme hasta nuevo aviso.

Hablando de chin-gong: me iba a hacer compañía en la ducha y me hará salir más alegre y relajada, con todo limpio y en su sitio, estaba caliente y como buen oriental, hizo su trabajo de forma eficaz, a los pocos minutos con solo frotarlo por encima de mi clítoris y estaba derramándome igual que la ducha, mojada, húmeda y a gusto tanto por dentro como por  fuera.

Con una sonrisa en la cara volví a la habitación, mi amiguito se quedó en su bolso en un cajón de la mesita para posteriores servicios, allí estaba otra vez el odioso espejo. Me sentía feliz casi siempre hasta que me enfrentaba a él, sabía que era atractiva para los hombres, nunca me plantee si por mi simpatía, mi cuerpo, mi cara o mi forma de mamarla, la realidad es que al final siempre terminaban siendo unos capullos y o se largaban con alguna escusa peregrina o los terminaba echando por imbéciles, así que las relaciones estables no eran lo mío.

Puñetero espejo, contenta conmigo misma y odiando lo que me devolvía al puñetero invento, era más que autosuficiente, en un mundo en crisis donde una mujer sola y con poca preparación tenia difícil encontrar algún trabajo decente, pero hasta el momento había salido adelante sin necesidad de atarme a nadie.

Me vestí para matar porque hoy era eso lo que quería, corrida, cortando orejas y rabo, pantalón ajustado, que puta manía de encoger en los armarios las prendas de vestir, tacones altos que me hacen buen culo y eso les vuelve locos, un corsé negro luciendo mis estupendas tetas, un poco de color en la cara, aunque no los necesitaba, con mis ojos verdes sabía que no necesitaba mucho color más, un cepillado y secado rápido a mi larga melena, un poco de color en los labios, el pinta al bolsillo de la cazadora con una caja de condones, y me la puse por encima, cogí el casco comprobé que llevaba los guantes y las llaves, un pequeño bolso, que siempre me pregunto para que lo llevo, si todo lo que necesito está en los bolsillos de la cazadora.

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Allí estaba lo único que de verdad me hacía sentirme fuera de este mundo, un montón de hierro y cromo, dura, oscura, brillante, mi moto, la vieja Vulcan 500 ya decorada a mi aire era lo único que había dejado el cabrón de mi marido, se llevó todo lo demás y la moto porque no pudo al estar a mi nombre desde antes de casarnos, habían pasado 15 años, pero como yo seguía estando dispuesta para lo que fuera. Ahora con unas calaveras de tonos rosados saliendo de su oscura piel negra como en mi casco, eran mi marca de referencia.

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Me subí en ella, maldigo los putos centímetros que me faltaron por crecer, aun con el asiento rebajado llego justa al suelo, pero los años y la costumbre me han hecho dominarla con soltura a la hora de parar y arrancar, en marcha no es necesaria la altura,  además  como lo que más me pone es que me miren el culo y salir pitando cuando están cerca, dejándolos con los ojos fuera de las órbitas, estoy poco tiempo parada.

El aire en la cara, la vibración en la entrepierna, el frescor de la noche, juro que podría estar así hasta el fin del mundo, pero esa noche quería algo más, un amigo desconocido, alguien que me cayera bien, que me hiciera reír, quería que alguien consiguiera que me dejara llevar, conforme iba circulando con la moto hacia el Iron Horse, lugar donde se reunían moteros de toda la ciudad y sonaba buen rock, empezaba a darme igual todo eso, me sentía a gusto.

Allí estaban las luces, los caballos de hierro a los que hacía mención el nombre del garito, aparcados en la puerta, buen montón de gente fuera, compartiendo risas y bebiendo cerveza, algunas miradas con desdén, puñeteros machistas siguen sin entender que las mujeres puedan pilotar una moto, muchas sonrisas amigas y conocidas, aparque la moto marcha atrás para ya tenerla dispuesta para salir lo antes posible.

Una cerveza en mi mano, detuvo mi camino antes de llegar a entrar al local, mi amiga cristina me bloqueo el paso, besos abrazos y me enseño un nuevo tatuaje,

-¿Cómo vas? – me preguntó.

A lo que comenté:

-De momento sola.

-Serás zorra – Exclamó y nos reímos con una sonora carcajada que hizo que unos cuantos se volvieran a mirarnos durante un instante.

Mientras hablábamos una mirada a las motos aparcadas, me hizo descubrir un par de ellas que no conocía, le pregunté a cristina, son de unos que están de vacaciones, no son de por aquí, un gusanillo interior empezó a hacerme cosquillas, interesante pensé, un voy al baño y le puse la cerveza casi muerta en sus manos, traigo otras y desaparecí por la puerta del local. Allí estaban uno un tipo delgado, muy alto con una gran nariz y muy nervioso moviéndose a la vez que hablaba con los que tenía alrededor, el otro sentado en una banqueta se apoyaba en la barra con sus enormes brazos tatuados cruzados sobre un enorme pecho mientras en una de sus grandes manos sujetaba una jarra de cerveza, con una ligera sonrisa observaba a su amigo, grande parecía muy grande.

Me gustaba, lo miré, me miró y sonrió, levantó la cerveza en un gesto de saludo y pase delante de él contoneándome como una gata en celo, como además sepa hablar es mi hombre pensé, mientras sentía que aquellos ojos recorrían mi cuerpo.

Allí estaba yo retocando todo, tetas, culo, pelo, labios y dios me imaginaba aquellas manos tan viriles recorriendo hasta el último rincón de mi cuerpo, apreté la entrepierna cruzándolas, «que no sean maricas» pensé, da igual lo curo dije entre dientes, me dirijo a la barra justo a su lado, haciéndole apartar las largas piernas terminadas en unas botas o botines camperos espectaculares de bonitas.

-Quieres sentarte – exclamó mientras se levantaba,

-No, gracias – le  respondí con cierta acritud, «joder» pensé «con esa actitud hoy no pillo», pero me jode la falsa amabilidad de algunos machitos,

-Fer ¿me sirves? – grité al camarero, que estaba algo alejado, sentí como con un gesto pasaba de mí y se iba a otro lado, apreté los dientes.

Una sonrisa una mano tendida y un me llamo Juan, como puedo llamarte, apunto estuve de decirle como quieras pero ayúdame a recoger las bragas que se me han caído, mientras le decía mi nombre, mi cabeza bullía con cien ideas, amable atractivo y con esa voz, marica o está casado seguro,

 

-Fran. por favor, ¿nos atiendes? – salió de aquellos carnosos labios que  cada vez me parecían más comestibles era la misma voz pero un punto más grave,  autoritaria, el camarero se giró e inmediatamente estaba preguntando lo que queríamos tomar, con una forzada sonrisa.

Se me quedó mirando, no sé qué me contuvo en ese mismo momento le habría cogido del cuello y habría empezado a comérmelo, tendría para un buen rato allí había hombre de sobras gritaba mi entrepierna. Dos cervezas titubeé entre azorada y sorprendida, estoy con una amiga, joder yo dando explicaciones, que coño me pasaba, era eso claro, que coño me pasaba, me sonreí, el pidió dos jarras y dándose cuenta de mi azoramiento, dijo que estoy con un amigo, soltamos una carcajada, el pago la ronda, cosa que no termino de gustarme, no era eso lo que buscaba.

Cogió con una mano los dos botellines, con la otra las dos jarras, me ofreció el brazo y con una mezcla de caballerosidad y prepotencia, que me encanto, dijo, «te acompaño». Asentí con la cabeza a la vez que me agarraba a lo que demostró ser lo que parecía, un musculoso brazo cubierto por algunos tatuajes, viril, duro, suave, le cogí una cerveza de su mano, él le ofreció a su amigo una jarra, mientras le decía que salíamos fuera, el la cogió y siguió con la charla que mantenía con otros motoristas sin hacernos mucho caso.

Yo con una botella, el con una jarra, nos quedamos mirando y sin decir nada brindamos, hay silencios que lo dicen todo y aquel fue uno de ellos, salimos a la calle allí estaba mi amiga también hablando con otros, se dio cuenta enseguida de nuestra salida, él le ofreció la cerveza, a la vez se presentó, hay más en el sitio que has encontrado a este que voy, exclamó, hay otro pero esta entretenido mira a ver, le dije mientras los tres nos echamos a reír.

-¿Te gustan las motos? – preguntó – ¿los motoristas?

La está cagando rondaba por mi cabeza:

-Las motos si, los motoristas depende – respondí mientras me acercaba tanto a él que no podía dejar de mirarme el escote, sonrió nervioso, tienes moto, coño no me invita a dar una vuelta, quiere hablar, apreté las piernas, un voy a ver qué hace tu colega, que me hizo darme cuenta de que estábamos pasando de Cristina, me hizo volver a la realidad, tengo la moto allí aparcada dije, vale que ahora vuelvo dijo mi amiga.

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Al acercarnos a mi moto yo solo pensaba en estar a solas con él, me pare ante él y con los brazos en jarras, te gusta lo que ves, mucho dijo mientras asentía con la cabeza, pues a ver si me coges dije mientras de un salto subía en mi burra, el hizo ademan de cogerme, le di un manotazo, coge tu moto bobo le solté, vale dijo mientras sonreía y se giraba hacia las dos motos que había reconocido como nuevas en el Iron Horse, una Harley Davidson ultra con todos los accesorios habidos y por haber, un puñetero sillón rodante, al lado como un perro a punto de mearse en una farola, otra Harley está más baja y discreta, pintada en negro mate y con un manillar plano, me alegre al ver que cogía la moto más discreta.

Mi vieja Vulcan 500 petardeaba rítmicamente, cuando de repente como si del cielo empezara a caer algo tras dos pequeñas explosiones empezó a sonar aquel motor, claramente de discreta aquella moto solo tenía la apariencia, sentía las vibraciones en la distancia recorrer mi cuerpo, dios era grande estaba a punto, y como además supiera conducirlo aquello iba a ser apoteósico. Un minuto después salí disparada, como si le hubieran puesto un cable invisible sentí aquel sonido en mis oídos como si de la mía propia se tratara, un vistazo por el retrovisor y allí estaba, a mi lado un metro atrás, parados en el semáforo, como dos bestias dispuestas a arrancarse la piel, cosa que además era cierta, por lo menos por mi parte.

Unos cuantos semáforos, unas aceleraciones, cada vez que paraba, las vibraciones en mi entrepierna, sus ojos en mi espejo como pintados allí, era imposible dejarlo atrás, ya lo sentía dentro, pero llegaba mi territorio, a la salida de la ciudad una carretera sin circulación que llevaba a un viejo hotel ya cerrado, en lo alto de una montaña, era mi reino, nadie me tosía en aquella carretera, parecía que estuviera echa para mi moto, prácticamente a diario la recorría solo por gusto.

Empezó el baile de las curvas, luces abriendo camino, pasión cayendo dentro sin pensar que había al otro lado, me las conocía todas, sus baches, sus peraltes, su adherencia, había buena visibilidad, él era nuevo no me conocía ni a mí ni a la ruta, pero a la tercera curva me di cuenta de que aquello era algo que no me esperaba, seguía allí inmutable, siguiéndome, incluso entre curva y curva poniéndose a la par conmigo, no podía ser era mi territorio, una marcha menos y el motor empezó a chillar al subir de revoluciones, en la siguiente curva note como la adrenalina empezaba a descargarse a mis venas, a la vez los neumáticos empezaban a chillar, esta vez a la salida de la curva el ya no estaba tan cerca, pero un instante después allí estaba otra vez sobre mí, notaba su fuerza, su calor, su pasión.

El recorrido se empezó a acelerar, más de lo que nunca lo había hecho, las curvas, los frenazos, el sentirlo tan cerca, mi sexo sobre el deposito, movientes a un lado y a otro estaban consiguiendo que la tensión cada vez fuera mayor, no podía parar quería más y más, la sensación de que el sentía lo mismo hacia que mi excitación creciera, un segundo de relajación y el volvía a ponerse encima mío tan cerca que podía olerlo, vuelta a acelerar el ritmo, me iba a correr encima de la moto, aquello era increíble, faltaban pocas curvas para el final y estaba a punto de reventar, un acelerón final y entre con la moto en el viejo mirador del hotel, donde deje que el muro de piedra terminara el trabajo con el ultimo toque en mi sexo al frenar la moto, consiguiendo que me derramara como una botella rota, por fin a va a ser útil el bolsito que lo único que lleva es un tanga de repuesto.

Aun hundida en mi placer, sentí como paraba la Harley a mi lado, se detenía el sonido, a la vez en las dos motos, me baje de la mía con las piernas temblando, el hizo lo mismo de la suya, y se dirigió hasta mi sin hablar, con los ojos encendidos como dos estrellas, segundos después estábamos sobre el muro del mirador, con los dedos como huéspedes, unos retirando el corsé para liberar mis pechos, otros los botones del pantalón, para dejar nuestros sexos al aire, pronto noté su mano sobre mi pubis y como su dedo corazón, entraba hasta la puerta de mi coño, hice un ademán como de encogerme, era mucho en poco rato pero enseguida quise más, mientras tanto mi mano buceaba por su pantalón y empezaba a jugar ansiosamente con su duro y chorreante miembro.

Pronto tenía el pantalón fuera, me abracá a su cuello mientras él me cogía de la cintura, se dejó caer de espaldas contra el muro, apoyé los pies en el mismo, mientras me sujetaba con una mano puso su sexo contra el mío, sentí como si fuego entrara dentro de mí, sudábamos, el empujaba su cintura, yo movía mis piernas, golpe tras golpe nuestros sexos hervían, note como de nuevo me volvía a correr y él también lo noto, paso sus manos por debajo de mis piernas y en pleno extasis me sentí transportada a sus hombros, notando como una lengua ardiente y carnosa se hundía en mi sexo hasta hacerlo explotar como unos fuegos artificiales en las fiestas de la ciudad.

Para mí ya estaba siendo suficiente, así que aparté aquella cabeza, con aquella ardiente lengua, «ahora yo también quiero» le grité. Me bajó suavemente hasta el suelo, sentí su polla al lado de mi sexo y note como sufría otro espasmo, me dejó en el suelo y sin darle tiempo a otra cosa ya la estaba engullendo como si fuera lo último que iba a hacer en mi vida, le cogí los testículos apretándolos con una ligera presión, succioné hasta que note que él ya no podía más, entonces liberé aquellos huevos ya tensos, sentí como explotaba dentro de mí, no me retire hasta que sus descargas me llenaron por completo y me faltaba el aire, una última proyección acabo sobre mi mejilla, el la recogió con los dedos para limpiarme, yo le cogí los dedos y se los lamí mientras dejaba caer mi cabeza sobre su jadeante pecho, sentí como cogía mi melena, primero como una caricia, poco a poco fue tirando de ella hasta que me forzó a mirarle a los ojos, note la satisfacción en su cara, ha sido una buena noche musito, «cállate bobo» Musité yo antes de unir nuestros labios y lenguas en un caliente y húmedo beso.

Relato Erótico: Le fui infiel a mi esposo

Hola, me llamo Mary y tengo 40 años, estoy casada hace 10 años y confieso que hace poco viví la experiencia más loca de mi vida; le fui infiel a mi esposo.

Él y yo tenemos un matrimonio normal, tiene 46 años, formamos una familia con dos hijos: un varón y una mujer. Las cosas en los últimos meses no iban bien conmigo, estaba un poco aburrida por la rutina de la vida y de la relación con mi pareja. Él había dejado de ser cariñoso, estaba muy metido en su empleo y sus cosas, la intimidad había desaparecido casi por completo entre nosotros. Así siguieron las cosas por aproximadamente tres meses.

Después de esos tres meses la familia organizó un paseo a la finca que nos pertenece. Está en un pueblo cercano a la ciudad donde vivo, fueron las tres hermanas de mi marido, su hermano y obviamente, nosotros. Cada quien con su respectiva familia. Para no extenderme demasiado en la explicación, el protagonista de mi historia es hijo de una de las hermanas de mi esposo, algo así como mi sobrino político. Su nombre es Carlos, lo conocí cuando era un pequeño de 2 años. Natalia (la madre de Carlos) vivía con su marido en otro país hasta hace apenas 3 años, entonces no lo veía más que en fiestas de fin de año. La relación con él era de lo más normal, me dice tía, me saludaba con mucho respeto y todo era muy corriente.

Ese día todos llegamos a la finca, desempacamos y escogimos las habitaciones. Para cada pareja una habitación y en otras todos los chicos de la familia. Todo trascurrió muy normal en el día. En la noche todos nos fuimos a descansar.

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En la madrugada sentí muchas ganas de ir al baño así que me paré y fui. Entré y como estaba medio dormida no encendí la luz y dejé medio cerrada la puerta. Cuando estaba sentada en el sanitario entró él, y sin darme tiempo de reaccionar se sacó el pene, se acercó mucho a mi cara y antes que pudiera tocarme pegué un grito, él se fijó que estaba allí y salió disparado del baño. Salí del baño muy confundida, pude reconocer su silueta en las sombras y supe que era él, Carlos. Me acosté muy agitada, el corazón se me quería salir del pecho, no sabía aún qué era lo que había pasado exactamente, la imagen no se me borraba de la cabeza. Al otro día me levanté con la esperanza de no tener que mencionar lo ocurrido.

infiel en el baño

Lo vi desde que todos salimos al desayuno, al parecer nadie había oído mi grito ni nada, mi sobrino apenas me miraba a la cara, lo vi un poco apenado, no me dirigía la palabra. Decidí tratar eso con la mayor seriedad, así que me le acerqué más tarde y fijándome que no hubiera nadie le dije que no se preocupara, que había sido un simple incidente y ya, él me dijo que tenía vergüenza, yo le dije que no había visto nada, pero era mentira, sí lo había hecho y me tenía algo desconcertada. Ese día, antes de almorzar todos íbamos a salir a la piscina, yo estaba poniéndome el traje de baño en mi cuarto, luego salí y estaba él en el pasillo, se me quedó viendo fijamente, yo intenté salir rápido, se me atravesó y en el ajetreo tropezamos y nos fuimos de frente contra una pared, me quedé unos momentos mirándolo y él a mí, pero inmediatamente después me fui rápido con la cabeza hecha un nudo: había visto a Carlos con deseo de besarle.

Gisella

 

Relato Erótico: En un coqueto restaurante japonés

Quedamos para cenar en un coqueto restaurante japonés.

He reservado un tatami para los dos, me he puesto un sexy y ajustado vestido negro y me he liberado de cualquier lencería, salvo las finas medias sujetas por un liguero tradicional. He pedido una copa de vino blanco mientras te espero.Haces tu entrada sonriente y apurado, disculpándote mientras te quitas los zapatos. Te colocas a mi lado y me besas, deslizando tu mano por mi cintura. La camarera abre las puertas de la sala y nos observa, tomando nota del pedido en una elegante postura oriental desde la entrada.

Nos deja solos de nuevo y continúan las caricias. Exploras sobre mi vestido y detectas complacido que nada más me cubre por debajo. Me dejo meter mano como una adolescente manejable y espero a que nos traigan la comida. La fina camarera de colorido kimono coloca los platos y advierte el color en mis mejillas. Cuando entorna las puertas te suelto la corbata y sin deshacer el nudo la coloco sobre tus ojos a modo de antifaz.

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Te muerdo los labios en el último beso que dejo de observes y te acerco un trozo de sashimi a la boca. Lo comes encantado y te hago probar uno distinto. Aceptas el juego y en silencio vas saboreando la comida que te ofrezco, a veces suave y caliente, otras picante, fría…

Te acerco la copa a los labios y la inclino para que puedas beber. Unas gotas se derraman por la comisura de tus gruesos labios y las recojo con la lengua. Te abro la camisa para evitar que te manches y acaricio tu pecho lamiéndolo suavemente. Sigo dándote de comer muy poco a poco mientras me suelto el vestido dejando libres mis pechos. Me incorporo poniendo uno de mis pezones sobre tus labios. Lo besas y lames obediente. Hago lo mismo con el otro, con mis dedos y mis labios, intercalandolo con la comida que tu esperas sin conocer que será. Me tumbo boca arriba sobre la mesa con las piernas abiertas y presiono tu cabeza hacia mi sexo. ‘Come’- te digo- y de nuevo cumples lo que ordeno.

Me lames y recorres con los labios hasta provocarme y orgasmo. Me giro sobre la mesa y esta vez no necesitas instrucciones. Hundes tu lengua en mi trasero sin dudar que ese es el encargo. Nuevamente el calor de un intenso orgasmo me recorre. Relajada por el placer me recompongo y te acerco la copa de vino a los labios. Te dejo que la sujetes con la mano y me dispongo a saciar mi apetito. Es delicioso sentir como te derramas en mi boca.

VALENTINA

 

Relato erótico: ¡Vaya Trío!, por León

Había llegado de viaje, en la mañana, en razón de mi trabajo como abogado, a un municipio de la montañera y quebrada geografía antioqueña. Asistí a mis diligencias en el juzgado municipal normalmente, como hacía siempre; todo lo hice muy rápidamente a fin de volver a tomar camino rumbo a la ciudad de la eterna primavera…

Cuando llegué a eso de las tres de la tarde al punto de venta de los tiquets, la mujer que los expendía me dio la noticia que había derrumbe en la carretera como consecuencia de las fuertes lluvias del día y que los despachos de buses con pasajeros estaban suspendidos hasta el día siguiente y eso si las máquinas lograban despejar en el resto de tarde y en la noche, el inmenso alud de tierra que había caído sobre la calzada en tres puntos diferentes.

No me desesperé ya que siempre ha sido costumbre en mí, desde mis años de seminario, no preocuparme por aquellas situaciones que estaban por fuera de mi esfera de acción, aquellas que se salían de mis manos…

-Doctor… pues aprovecha y nos damos una bailadita en la noche –  me dijo la expendedora de tiquetes.

Yo la miré detenidamente por primera vez; nunca la había mirado así anteriormente. Ahora me fijé en los detalles; tenía unos ojos color miel, muy lindos y brillantes, unos labios delgados pero muy bien delineados, carita redondita, un poquito cachetoncita, el cabello corto y asido con una cintilla de algodón en la parte de atrás.

Me tomé el atrevimiento y le dije:

Ponte de pie para mirar si me das la estatura para lo de la bailadita… Como ves soy un poco alto y quedaríamos como disparejos.

Me miró pícaramente y me dijo:

-De pie podemos quedar como dices pero horizontalmente lo único que importa es que cuadren y encajen los centros…

-Pues sí, tienes razón pero… ¿es que quieres bailar de pie o acostada?

Alzó su mirada, posó sus ojos fijamente en mí como para darse seguridad; luego se puso de pie, salió de la taquilla y se acercó a mí, me tomó de la mano, se elevó un poco y me dio un beso pequeño y mordelón en los labios y musitó:

-Con usted, mi doctor, bailo como quiera y si es en la cama, mucho mejor… usted no imagina las calenturas que me han dado cuando lo veo que viene a comprar sus pasajes. Me hago agua en la entrepierna.

«¡Qué lanzada!», pensé… pero la verdad está como linda y debe ser un polvorín en plena erupción; aguanta hacerle vueltica esta noche…

libro-egoland-comprar-descargar-ligarLa tomé de la cintura y la acerqué a mí, la levanté un poco, sus pies quedaron en el aire, ya que sí era de baja estatura como presumía, y le asesté un beso de esos que son con lengua y todo, le examiné su apéndice lingual, su paladar, sus amígdalas, su dentadura y casi llego hasta el esófago; ella me mordía con picardía y con pasión, su respiración se iba haciendo más agitada y su cuerpo temblaba ya que así lo sentía en mis brazos.

Con ella levantada del suelo sentía su pecho agitado; notaba como sus pequeñas tetas se iban endureciendo al roce de mi cuerpo; temblaba y un escalofrío la recorría por el cuerpo. La sostuve con mi mano derecha y con la izquierda comencé a vagar por su pecho; metí mi mano por entre la blusa de seda y ¡Oh sorpresa!, la muy guarra no tenía sostén y mis manos llegaron justamente a sus pezones los cuales comencé a masajear…

De un momento a otro ella me dijo:

-Cierra la puerta que puede llegar alguien a comprar tiquetes y no quiero que nos vean en estas.

La solté y presuroso corrí a cerrar la puerta de acceso a la oficina. Sin perder tiempo le quité la blusa y sus tetas maravillosas quedaron a mi disposición. La recosté en el escritorio y comencé a mamarle los pequeños senos; me aferré de sus pezones llevándolos a mi boca que ya hacía más agua que barco en naufragio; sus pezones comenzaron a crecer y crecer y crecer, se iban poniendo duros, erectos y erguidos. Los miré y tenían cada uno una longitud de unos cuatro o cinco centímetros; parecían pequeños penes que salían de sus tetas…

Mientras tanto, ella había terminado de desabrocharme la camisa y comenzaba a husmear con sus manos en la bragueta de mi pantalón… Mi cerebro volaba, había que apresurarse, el tiempo corría incesante y esto iba a ser un polvito de afán pero muy placentero…

Como ella no tenía bluyín sino una faldita tipo sastre de color marrón, simplemente se la levanté y de un soplo tajo le quité sus diminutas tangas. Sentía como ella había bajado mi cremallera y había tomado mi arcabuz que estaba a punto de reventar; le pasaba sus manos por el glande haciéndolo crecer más y más; gemía suavemente mientras que su pequeño cuerpo se agitaba en leves convulsiones.

-Tantas veces deseé esto cuando venías a comprar tu tiquete… todo creído y antipático que ni siquiera me mirabas.

-Nunca dijiste nada…

-Ustedes los hombres son una partida de tontos… todo hay que dárselos picadito para que no se ahoguen.

Ya la conversación se estaba haciendo larga y lo que había que hacer era continuar; ya habría tiempo para elucubraciones y reclamos; ahora lo importante era terminar lo que había empezado…

Como ella estaba recostada, casi acostada en el escritorio, simplemente me corrí hacia su rostro para que me diera una buena mamada mientras que con mis dedos le hurgaba las entrañas.

Su crica era pequeña como todo lo de ella, excepto sus pezones… pero de su gruta emergía un clítoris parecido a las puntas de sus senos… ¡Vaya trío!, pensé. Mis manos comenzaron la danza por su vientre, mis dedos se metieron, irrefrenables, en su agujero que estaba más húmedo que roca a bordo de charco y al pie de una cascada; ella se retorcía de varias maneras mientras con su boca seguía chupando y chupando de mi bombón, quería sacarle su centro de fruta líquida con la boca…

Yo sentía que estaba a nada de venirme y ella se movía de tal forma que su orgasmo estaba a una millonésima de segundo de hacer su llegada triunfal.

Llegamos a tal punto de compenetración que lo que seguía sería la penetración. La tome entre mis brazos y la puse de frente con las piernas abiertas. No sé donde recostó su cabeza ni me importaba. Alcé sus pies con mis manos abriéndola mucho más. Su chocha hizo como un pez al abrir su boca y mi pene que estaba justo al frente se arrimó. Abrí sus pies y su pecera se abrió simultánea, entonces le introduje suavemente la punta del tolete que ya lo tenía en su máxima etapa de crecimiento y goteando.

-Ahhhhhhh, justo como me lo imaginé muchas veces aquí sentada en mi escritorio cada vez que venías…

Solo atiné a mirarla; era tanta y tan densa la emoción que había en el ambiente que podía partirse en rodajas, con un cuchillo, sentía que la oficina de tiquetes ardía como zarza en el desierto… Mientras que mi pene penetraba victorioso y erguido en su vagina, con mis dedos, índice y medio, comencé a masturbar su clítoris. Digo masturbar porque lo hacía como si fuera un pequeño pene al cual despojaba de su capuchón con mis dedos los cuales subía y bajaba por su pequeño pero erecto tallo. Era como si esta mujer tuviera dos órganos sexuales. ¡Hasta podría metérmelo en el culo si yo quisiera, lo tiene duro!… Aparté ese pensamiento de mí y seguí concentrado en clavarla a gusto…

Yo había comenzado con un bombeo suave que fue tomando velocidad al paso que las caderas de mi gordita se batían como licuadora a la máxima velocidad… ¡Creo que no aguantaré mucho este ritmo endemoniado!, pensé.  ¡Qué vieja pa´moverlo rico! 

-Dale mi doctor… dale, dale, dale… Ay, que rico

Yo ni abría los ojos tratando de aguantar un poco más. Agarraba mi pene de la raíz y lo apretaba; intentaba frenarla un poco pero tiene más frenos un avión en picada. Cada vez se hacía más cercano el momento del estallido, un  nuevo big bang se avecinaba y ya era imposible impedirlo… A esta mujer le entraba más que a una vaca de para abajo… Chiquita pero profunda ya que mi pene se iba hasta la cacha…

-Mételo, mételo, mételo…

El mío no es el más grande pero tampoco es pequeño… me han dicho que es un poco más que el promedio y esta vieja quería más y más y ¡De donde por Dios! si ya lo tenía acomodado hasta la empuñadura…

De todas maneras seguía golpeando con mi vientre, su cripta; le acomodé dos dedos más al lado de mi verdugo y así, tanto las sensaciones de ella como las mías, aumentaban, mientras que con la otra mano le seguía masturbando ardorosamente el clítoris. De pronto…

-Me vengo, me vengo, me vengo, me vengo, me vengooooooooooooo…

Y junto con ella, yo me vine… el chorro era interminable, eyaculé todo el semen acumulado en meses de abstinencia sexual en los cuales ni una pajita me había hecho siquiera… miré su pequeño clítoris y lo observaba completamente húmedo y mojado… Había tenido orgasmo vaginal y clitoridal… Vaya sensación la que sentía…

relato erotico trio doctorDe un momento a otro y sin sacarlo porque ella me tenía abarcada la cintura con sus piernas, sentí que ella se orinaba; su líquido amarillento mojaba mi pene, mis testículos, mis piernas, mi bóxer negro que estaba en los tobillos; ¡Qué bueno que preví quitarme el pantalón!, pensé. Dejé que el orín corriera libremente haciendo un charco en el piso de concreto.

-Se hizo realidad mi sueño con usted mi doctor, dijo ella mientras comenzaba a aflojar sus piernas de mi cintura – Nunca me había mojado tanto, pero es que quien no, con esa maravilla de bastón que tienes…

– Gracias, atiné a decir con voz aún agitada.

Terminé de separarme de ella, me dirigí al pequeño baño, como no había ducha me di una enjuagada en el lavabo, me quité el bóxer que estaba empapado y me puse el pantalón. ¡Tocó montar a pelo el resto del día!… salí y me despedí de ella con la promesa que en la noche bailaríamos un poco pero mi intención era otra muy distinta… esta vez la bailadita sería en una habitación inventando juegos para ese clítoris y esos pezones maravillosos.

Pero eso ya es parte de otra historia que puede que cuente o puede que no…

 
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Relato Erótico: La Doctora G

Una fantasía puede llegar a ser más poderosa y resistente que un ejército, pero la realidad resulta tan contundente como un huracán.

Siempre había jugado con la idea de vivir una noche apasionada con una mujer madura, una especie de sueño que arrastraba desde la adolescencia y que consistía en dejarme llevar por unas curvas generosas y una mirada intelectual. Ese tipo de mujer, real o no, me provocó más de una erección en aquellos años cargados de hormonas y desprovistos de experiencia.

En ocasiones lo soñado llega justo cuando hemos acumulado el saber necesario y cuando el deseo ha madurado más allá de los impulsos de la pubertad.

La doctora G comenzó a trabajar en mi departamento como parte de un programa de intercambio universitario. Es una mujer que en su rostro dulce y su mirada tierna deja ver una firmeza que resulta cuando menos cautivadora. Quedamos todas las tardes en el laboratorio para repasar las notas del proyecto, y mientras ella lee sus conclusiones yo desciendo de sus ojos a la carnosidad de su boca y de ahí a la línea en el centro de su escote, que deja asomar dos fuentes perfectas de redondez y tersura. Sigo viajando por su anatomía, a través de sus caderas que invitan a asirse, hacia unas piernas perfectamente torneadas.

Si su mera presencia convierte los comentarios académicos en palabras insignificantes y superfluas, hoy que su fina blusa insinúa unos pezones erectos por el efecto del aire acondicionado la investigación ha dejado de tener sentido para mí. Tras el repaso habitual de sus comentarios sonríe. Tardo en reaccionar porque mis ojos están centrados en esos dos círculos prominentes que parecen tener vida propia y me llaman por mi nombre.

La doctora G me acaricia la mano, tal vez para despertarme de mi auto hipnosis, pero su caricia se detiene unos segundos más, subiendo por mi antebrazo con un toque inconfundible. Al mirarle a los ojos detecto que ya no estamos en el laboratorio analizando una tesis, sino que vamos cogidos de la mano hacia un remolino inevitable de deseo. Cierro con llave la puerta del laboratorio y me lanzo sobre ella.

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Nos desnudamos desesperadamente y nos devoramos con besos húmedos, salvajes, mientras nuestros pies descalzos pisotean una alfombra de papeles llenos de conclusiones científicas. Resulta ser una fiera que se inflama al primer roce y arde incesantemente antes y después de la explosión del orgasmo. Recorro con mi lengua los ansiados tesoros de su anatomía, ahora desnudos y palpitantes. Me pide que lo haga suave y tiernamente, hasta que sus jugos comienzan a fluir como un río hacia su orificio anal y aprovecho para lubricarlo con sus propios flujos, primero con la punta del dedo hasta que ella misma decide que avance hasta el fondo de ese otro canal caliente y apretado de su cuerpo mientras se agita como una posesa.

Juego acariciándole el clítoris, pero no nos detenemos en ese preámbulo, porque desea que la llene. El slow-sex con ella es magnífico, se deja penetrar a fondo y gime dulcemente. Disfruto escalando con mi lengua las dos cumbres de sus pechos hasta ver que se convierten en dos puntas agudas y excitadas.

Está a punto de pedirme que la posea por detrás. A medida que sus orificios se dilatan,  las piernas le comienzan a temblar y ella misma no resiste la tentación de masturbarse. Nos turnamos jugando uno encima del otro. Le gusta y estalla en un orgasmo.

En ese momento alguien golpea con fuerza la puerta y reconozco la voz de mi madre.

― ¡Gabriel! ¡Levántate de una vez que llegas tarde!

 Me limpio presuroso con una camiseta y me visto procurando ocultar mi erección entre las piernas. Me esperan el desayuno y cinco aburridas horas de clase, con profesoras que no se parecen en nada a la mujer que acaba de encender mi deseo. Me esperan varios años de estudios, la graduación, un trabajo, los postgrados y no sé si en todo ese tiempo tendré la suerte de analizar mi tesis con la doctora G.

GABRIEL

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Relato erótico: Erección y agua en el gimnasio

Hacía ya más de seis meses que Iván no pisaba el gimnasio y una sensación de ansiedad recorría su cuerpo al cruzar la puerta giratoria. El olor a limpio y la virginidad de las paredes blancas y lisas le recibieron amenazantes, sabedoras de que sus seis meses fumando cómo un carretero le haría pasar factura.

La recepcionista mascaba chicle apática al mirar el carnet del gimnasio de Iván y dijo “Bienvenido, gracias” con un tono de computadora programada para hacer sentir a la gente cómo un gusano. Su blusa blanca abrochada hasta el cuello atenazaba unos pechos que se intuían grandes y redondos y que parecían querer salir a respirar. Esos pensamientos rondaban a nuestro protagonista cuando se encontró ya situado en lo alto de una cinta de correr.

Apretó botoncitos, se encendieron lucecitas y comenzó a correr. Se puso los cascos y Calle 13 empezó a sonar en su cabeza. Se dio cuenta de que había elegido la maquina más cercana a la puerta y que desde su sitio sólo se veía el blanco de una pared inmaculada. A su derecha tenía la puerta azul plástica y a la izquierda y detrás de él decenas de máquinas. Así que el lideraba las filas de máquinas sin quererlo. Detrás de él, dos filas atrás, había un grupo de 3 chicas que corrían y hablaban que podían verlo a él, pero él no podía verlas a ellas.

[dropcap color=»#080080″ font=»verdana» fontsize=»40″]C[/dropcap]orría ahora más inquieto por dar una buena imagen a esas desconocidas que, según sus pensamientos, seguro que se reirían y reprobarían su ausencia de vigor físico o, por el contrario, hablarían en murmullos de su cuerpo y su buen hacer si daba la talla.

El  sentirse examinado encendió los motores y su pecho y sus piernas comenzaron a trabajar duramente, demostrándole a esas chicas que era todo un hombre. Su mirada al frente, sus brazos perfectamente coordinados con el movimiento de sus piernas e incluso se permitía el lujo de ponerlos tensos para impresionar más a las jovencitas.

Cada treinta segundos se giraba para mirar a esas chicas, no sabía si era demasiado evidente, pero quería disfrutar de lo que estaría provocando en ellas con su fortaleza física. Sólo podía ver con nitidez a una de ellas, y en lapsos de dos segundos, pero era una joven deliciosa con un top rosa, con los pechos muy grandes y un pelo rubio y rizado que tenía recogido en una media coleta. No era muy alta ni muy flaca, tenía unos muslos tremendamente apretados en unos leggins negros que parecían la cárcel más feroz del mundo en ese momento.

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Iván estaba excitado, emocionado por su alta demostración de capacidad pulmonar y contento porque estaba convencido, que esas jovencitas estarían hablando de él. Además, “Latinoamerica” una de sus canciones favoritas de Calle 13 sonaba en sus auriculares. Era un muy buen momento. Pero, el oxigeno comenzó a escasear en su sangre y sus ojos se desenfocaron provocándole un mareo considerable. Apagó la máquina y bajó al suelo firme en busca de estabilidad.

Dio unos pasos inseguros hasta la puerta metálica y buscó los vestuarios para mojarse la cara. Vio una puerta verde a su izquierda. Escuchó voces que parecían referirse a él, pero se encontraba realmente mal, así que se metió en la puerta verde.

Sentía náuseas y la sobre activación le había puesto en grave peligro de caer desmayado, así que se tumbó, medio escondido en el suelo en una esquina de un cuarto con grifos y azulejos azules. Parecía que había acertado, parecían los vestuarios. Cerro los ojos para que su tensión sanguínea se estabilizara…

El ruido del agua le despertó. No sabía cuantos minutos habían pasado. Se había escondido más de lo que creía. Estaba en una esquina con un tabique que cerraba por 3 lados la estancia, sólo había un hueco abierto. Miro a su alrededor: ¡Estaba en una ducha! Había unos bancos de madera a unos dos metros con mochilas abiertas y más duchas a unos 5 metros. Tres estaban encendidas. No conseguía verlas desde ese ángulo, así que se ladeo un poco y vio un cuerpo que recibía el agua desde arriba.

Tenía la piel clara , con curvas de mujer, con los pies enfocados hacía Iván. Unas piernas desnudas por las que caía agua limpia hasta los tobillos, los muslos prietos pero grandes  se balanceaban hacia delante y hacía atrás  del placer mientras canturreaba una canción desconocida.

Más arriba la cascada de belleza, su sexo, brillante y recíen lavado,  sin vello púbico parecía el plato estrella de un menú degustación.  El ombligo como punto de equilibrio de un vientre liso que se veía conquistado por dos pechos grandes y redondos que se mantenían firmes por la juventud de la chica.

Los pezones rosados y redondos, se difuminaban cuanto más se alejaban de su centro concéntrico. El cuello terso y elegante sobre unos hombros de princesa sostenía la cara de la rubita del pelo rizado que corría tras él un rato antes, ahora sin top que oprimiera su pecho redondeado. Tenía los ojos cerrados y estaba posicionada hacia el chorro que caía con la boca abierta, sus labios expulsaban de forma sensual el agua que se almacenaba dentro de su boca. Y ahora sus manos masajeaban sus pechos, apretándolos, contrayéndolos para luego soltarlos a su aire. Disfrutando del agua en su cuerpo, aún con los ojos cerrados y el cabello rubio mojado adornando sus hombros.

Iván estaba más excitado que en toda su vida. Nunca había visto una imagen tan bonita. Volvió a fijarse en el sexo de su compañera de vestuario. Sin pelo, elegante, femenino, poderoso…En sus pechos, firmes y apetitosos… Cuando vió que ella volvía la mirada al frente, se escondió en su ducha erecto cómo un cactus del desierto.

Espero, prudente, a que se vistiesen y se fuesen. No se atrevió a volver a mirar por si era cazado y le confundían con un “mirón” o un pervertido. Se hizo eterno.  Las escuchaba hablar sobre trivialidades y usar el secador, mientras la chica de la ducha, canturreaba la misma canción desconocida, Iván seguía erecto.

Imaginaba el olor de la vagina de la ducha, su textura, su sabor, mientras oía cómo se vestía y se arreglaba para salir con otras dos amigas. Desde luego, merecía la pena volver al gimnasio mañana. La experiencia estaba siendo increíble. Pero aún lo fue más cuando al oírse la puerta abrirse para que ellas salieran, la canción que canturreaba cesó y esa voz femenina y juguetona dijo:

-Adiós guapetón. Hasta mañana. 

Relato Erótico: Encuentro inesperado

Abro la puerta y me la encuentro tumbada, piel desnuda y blanca como la nieve. Observo su pequeño tatuaje en forma de enredadera. Muchas veces he pensado en cómo sería sumergirme en su piel hasta que su tatuaje me cubriese totalmente, interrumpiendo mi respiración como hace con su mirada.

No quiero mirarla a los ojos, no aún, no hasta que sepa que he logrado mantener el control. Esa mirada ya me ha embrujado antes, haciéndome perder la noción del tiempo. Permanece tumbada bajo mis órdenes, esperando que mis manos se aventuren a explorar todo su ser, esperando que posea cada milímetro de su piel, de sus labios…de su mirada. Dios, sólo deseo tener el control absoluto de esa mirada desafiante y ardiente. Es de ese tipo de miradas que hace que tengas ganas de salir corriendo pero quieres enfrentarlas a la vez. Desafiante y sumisa a la vez.

No sabe a lo que se enfrenta, no sabe los peligros que aguardo. Por ello parece tan inocente, tan irritablemente inocente y, sin embargo, tan consciente de lo que le aguarda. Sabe que no podré estar en control mucho más tiempo y se atreve a desafiar mi fuerza de voluntad. Me sonríe y me mira, obligándome a responderle y clavar nuestras miradas de manera recíproca.

Ya está, ya lo sabe. Es consciente de que no me puedo controlar y mis manos reflejan mis más internos deseos. Empiezo a acariciar su piel suavemente, sin quitar la mirada de sus ojos. Sin duda es el encuentro más emocionante que he tenido en mucho tiempo, tanto que la excitación cobra vida dentro de mí. Me abandono al deseo y comienza el masaje alrededor de su pecho. No sabe que es habitual en mí hacer estas cosas, me cree tan inocente como ella. No es consciente de mi oscuro secreto pero yo sé todo acerca de ella. Empiezo a notar la excitación en su rostro y su deseo de abandonarse a la pasión. Es difícil para ella, pero ha provocado todo esto. Es culpa suya, me repito. No debería haberme mirado de esa manera, no debería tener esos labios cargados de lujuria.

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Me aventuro a masajes más estimulantes y precisos alrededor de todo su cuerpo y por fin decide rendirse. Me besa apasionadamente olvidándose de quién es y quién soy. Acaricia mi piel suavemente y yo la suya salvajemente. El deseo es mi dueño y sólo deseo hacérselo saber de una manera dura y suave a la vez. Nos vamos desnudando hasta que el frío se hace eco en todo nuestro cuerpo. Noto la lujuria en sus manos, sus labios y su mirada y así me lo hace saber devorando cada parte de mi cuerpo.

Me siento como en una nube. Elevándome hasta el séptimo cielo, se hace dueña de mí y de mis instintos. He sucumbido a sus encantos y ella lo sabe. Se siente poderosa ante mí, pero yo aún tengo algo que decir. Cuando me dispongo a dominarla, se oye la inoportuna llamada en la puerta:

–       ¿Se puede pasar?

–       Un momento, por favor, enseguida estoy contigo.

Tras la inoportuna interrupción nos vestimos, no sin besarnos apasionadamente antes y sabiendo que este encuentro debería acabar en otro lugar.

La invito a que se vista y se siente en la silla. Me peino mi pelo post-coitus interruptus  y me acomodo al otro lado del escritorio.

–       Adelante – digo con convencimiento.

–       Doctora, ya tiene usted al siguiente paciente listo para la revisión.

–       Dame unos momentos, aún no he acabado con esta chica.

Tras unos segundos de silencio que parecen una eternidad, la vibración de mi teléfono móvil nos trae con una sacudida a la realidad. La dura realidad de haber caído rendida a los pies de una paciente en mi propia consulta.

Decido que esto debe continuar, nadie me deja jamás a medias…y, desde luego, nadie con esa mirada. Nos miramos de manera cómplice y ambas sabemos que esto aún no ha acabado…

JORGE

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Relato erótico: Podría ser mi hijo

«Podría ser mi hijo.» Esas palabras me atormentaban y refrenaban mis impulsos más básicos. Pero ambos sabíamos que pasaría esa noche…

Sonriente, desvergonzado y atractivo. Creo que el reflejo de mi antigua juventud se veía en sus vidriosos ojos. Él sabía que esa era su mejor baza y la estaba aprovechando con cálculo milimétrico.

No podía sentirme así, no con él.

Podría ser tu madre

Creo que ese fue el momento en el que me di por perdida. Simplemente sonrío y se fue. Me sentía vacía, ¿qué estaba ocurriendo? ¿Acaso es tan excitante que te entre un veinteañero?. Era mejor así, podría continuar bebiendo mi copa y luego me iría a casa a dormir.

En ese momento algo empezó a descuadrarme, ese estúpido niñato me miraba en la lejanía mostrando la misma sonrisa pícara que hace unos segundos me había deslumbrado. ¿Le da completamente igual?

El dialogo mental continuo unos abrasantes minutos mientras él lanzaba intermitentes miradas recorriendo mi cuerpo de los pies a la cabeza. Me sentía deseada y sé que lo necesitaba, pero no podía ser, no con él.

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No sé qué ocurrió pero estaba cansada y me apetecía dormir, me acerqué a él para despedirme.

-Me voy a casa

-¿No piensas invitarme? (otra vez esa maldita  sonrisa)

Ni en tus mejores sueños

Me apartó el pelo de la oreja muy lentamente, se acercó a esta y susurró:

-A veces la realidad es más excitante que el mejor de los sueños.

Nuestros labios se encontraron durante unos instantes, mientras yo pensaba:

Podría ser mi hijo

 

Pero ambos sabíamos que pasaría esa noche…

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Alfredo The End  

Relato erótico: La gata sobre el tejado de Zinc

Había tenido un día complicado y llegué a casa con unas ganas locas de darme un baño.

Me encantan los baños de espuma, es casi un ritual tras un complicado día de trabajo,

Cierro la luz, pongo música para relajarme, enciendo unas velas ,lleno el agua muy caliente, y me dejo ensoñar sin tiempo…

Esa sensación fantástica del vapor transpirando en  mi piel mientras mis manos me acarician resbalan  y escapan libertinas hasta mis  mas escondidos secretos…

No sé que me sucedió  esa noche…

Quizás fue ese calor que humedeció mi cuerpo imaginando que me bebías hasta dejarme sin aliento …

Tal vez  aquella sensación mojada  que me era tan  agradable cuando mis manos imaginaban ser las tuyas…

Tal vez el recuerdo de tu boca que quería secar mis húmedos rincones…

De repente salí del ensueño  en el instante mismo donde las aguas rompen el umbral del sueño y grité tu nombre

Pero quería más, te quería a ti, deseaba sentirte  tenerte en mi  y sin pensar me levanté para  abrí el baúl donde guardaba mi locura , mi aspecto mas salvaje , aquel que sólo tu sabes despertar ,  mientras mi rostro cambiaba en una  metamorfosis ,  felina, picara y peligrosa.

Había  despertado Ella.

Desdoble  mi traje de látex negro  y centímetro a centímetro fue apareciendo mi parte felina

De repente necesité subir al tejado y maullar,

Maullar hasta la locura gritándote para que arrancaras de un zarpazo mi disfraz.

 Allí estaba yo, encima de un tejado de zinc mientras mis caderas se movían de un lado al otro bailando a cuatro patas, como gata en celo, maullando para ti al que siempre desatas mis instintos más básicos.

Mi traje de látex estaba tan ajustado que mi cuerpo acalorado  sentía las gotas de sudor, resbalando sobre mi piel.

Sí, tú, es a ti a quien espero…

Esperándote así, Felina, dulce , Gata …

Miiiiiiaaaaaaaaaaauuu !  ¿Vienes?

ANTIFONA

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Una mirada vale más que mil palabras…

Decido conciliar el sueño, apago la electricidad, desnudo mi feminidad, juego a la pasión y tras la intensidad de placer, siento la calma de una noche de verano; Cambia mi pensamiento y de forma sigilosa, decido vestirme y salir de casa a escondidas, como si de un abandono infiel se tratase…

Mis pasos incesantes bordean las calles de este barrio de anciana vitalidad, llevándome a una tienda abierta a altas horas de la madrugada.

Mi cuerpo se adentra, y en el pasillo de la entrada, cruza la mirada con un muchacho de ojos verdes que clavan su deseo en mí, continúo, deteniéndome frente al departamento de gominolas de colores, que me permiten observarle con escasa visión mediante el rabillo del ojo; Aquel muchacho de camisa a cuadros y pantalones grunges, elige situarse frente a la sección de profilácticos y geles aromáticos corporales, mientras avanzo y selecciono el título de una lectura de Norah Jones » Al rojo vivo»…lo ojeo, le visualizo…

El muchacho gira la cabeza hacia la derecha, fijando su excitante mirada en mí, me recorre de arriba a abajo con gran seriedad, puedo imaginar, sentir su tacto, mientras coge un paquete de preservativos, sugiriéndome tras un gesto firme y masculino, que le acompañe.

Camina hacia mí sin un abrir y cerrar de ojos, me traspasa y se detiene para hacer el pago.Yo, escojo la sección de ropa interior, invitándole con mi sucia  mirada a una noche de placer.Su verdoso espejo decorado con un piercing, enseguida realiza la compra y sale del local…
!Cuál es mi sorpresa que al dejar la puerta de salida, su profunda mirada está allí esperándome para desnudarme, ofrecerme una hoguera de caricias, una ardiente luna donde el placer será el canto del amanecer…!

La conexión sexual que nos atrapa, humedece mi entrepierna conduciéndome hacia la sensualidad,la provocación, el deseo…la incontrolable infidelidad…

Ahora, puedo decir que… he pecado…

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LANDER

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