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Relato erótico: Caliente y dura

Ya valía, esa noche quería sexo, follar, que me dieran lo mío hasta reventar, nada de amigos con derechos, que al principio muy bien pero nunca se contentan con nada, al final quieren hacerse los dueños de mi sexo y que esté abierto siempre que ellos quieran.

Tampoco es que tuviera muchas veces el cerrojo echado, pero si les decías que si tres veces seguidas o los llamabas a menudo, se terminan volviendo pedantes y posesivos, cosa que en la cama me parecía divertido, pero fuera de ella me dejaba el chocho frío, así que ya llevaba unos meses líada con mi amigo chin-gong, un vibrador made in china, un compañero de juergas siempre dispuesto y en forma ante mis requerimientos y lo único que pedía a cambio era que de vez en cuando le recargara las pilas, un lavado y se quedaba esperando firme hasta nuevo aviso.

Hablando de chin-gong: me iba a hacer compañía en la ducha y me hará salir más alegre y relajada, con todo limpio y en su sitio, estaba caliente y como buen oriental, hizo su trabajo de forma eficaz, a los pocos minutos con solo frotarlo por encima de mi clítoris y estaba derramándome igual que la ducha, mojada, húmeda y a gusto tanto por dentro como por  fuera.

Con una sonrisa en la cara volví a la habitación, mi amiguito se quedó en su bolso en un cajón de la mesita para posteriores servicios, allí estaba otra vez el odioso espejo. Me sentía feliz casi siempre hasta que me enfrentaba a él, sabía que era atractiva para los hombres, nunca me plantee si por mi simpatía, mi cuerpo, mi cara o mi forma de mamarla, la realidad es que al final siempre terminaban siendo unos capullos y o se largaban con alguna escusa peregrina o los terminaba echando por imbéciles, así que las relaciones estables no eran lo mío.

Puñetero espejo, contenta conmigo misma y odiando lo que me devolvía al puñetero invento, era más que autosuficiente, en un mundo en crisis donde una mujer sola y con poca preparación tenia difícil encontrar algún trabajo decente, pero hasta el momento había salido adelante sin necesidad de atarme a nadie.

Me vestí para matar porque hoy era eso lo que quería, corrida, cortando orejas y rabo, pantalón ajustado, que puta manía de encoger en los armarios las prendas de vestir, tacones altos que me hacen buen culo y eso les vuelve locos, un corsé negro luciendo mis estupendas tetas, un poco de color en la cara, aunque no los necesitaba, con mis ojos verdes sabía que no necesitaba mucho color más, un cepillado y secado rápido a mi larga melena, un poco de color en los labios, el pinta al bolsillo de la cazadora con una caja de condones, y me la puse por encima, cogí el casco comprobé que llevaba los guantes y las llaves, un pequeño bolso, que siempre me pregunto para que lo llevo, si todo lo que necesito está en los bolsillos de la cazadora.

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Allí estaba lo único que de verdad me hacía sentirme fuera de este mundo, un montón de hierro y cromo, dura, oscura, brillante, mi moto, la vieja Vulcan 500 ya decorada a mi aire era lo único que había dejado el cabrón de mi marido, se llevó todo lo demás y la moto porque no pudo al estar a mi nombre desde antes de casarnos, habían pasado 15 años, pero como yo seguía estando dispuesta para lo que fuera. Ahora con unas calaveras de tonos rosados saliendo de su oscura piel negra como en mi casco, eran mi marca de referencia.

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Me subí en ella, maldigo los putos centímetros que me faltaron por crecer, aun con el asiento rebajado llego justa al suelo, pero los años y la costumbre me han hecho dominarla con soltura a la hora de parar y arrancar, en marcha no es necesaria la altura,  además  como lo que más me pone es que me miren el culo y salir pitando cuando están cerca, dejándolos con los ojos fuera de las órbitas, estoy poco tiempo parada.

El aire en la cara, la vibración en la entrepierna, el frescor de la noche, juro que podría estar así hasta el fin del mundo, pero esa noche quería algo más, un amigo desconocido, alguien que me cayera bien, que me hiciera reír, quería que alguien consiguiera que me dejara llevar, conforme iba circulando con la moto hacia el Iron Horse, lugar donde se reunían moteros de toda la ciudad y sonaba buen rock, empezaba a darme igual todo eso, me sentía a gusto.

Allí estaban las luces, los caballos de hierro a los que hacía mención el nombre del garito, aparcados en la puerta, buen montón de gente fuera, compartiendo risas y bebiendo cerveza, algunas miradas con desdén, puñeteros machistas siguen sin entender que las mujeres puedan pilotar una moto, muchas sonrisas amigas y conocidas, aparque la moto marcha atrás para ya tenerla dispuesta para salir lo antes posible.

Una cerveza en mi mano, detuvo mi camino antes de llegar a entrar al local, mi amiga cristina me bloqueo el paso, besos abrazos y me enseño un nuevo tatuaje,

-¿Cómo vas? – me preguntó.

A lo que comenté:

-De momento sola.

-Serás zorra – Exclamó y nos reímos con una sonora carcajada que hizo que unos cuantos se volvieran a mirarnos durante un instante.

Mientras hablábamos una mirada a las motos aparcadas, me hizo descubrir un par de ellas que no conocía, le pregunté a cristina, son de unos que están de vacaciones, no son de por aquí, un gusanillo interior empezó a hacerme cosquillas, interesante pensé, un voy al baño y le puse la cerveza casi muerta en sus manos, traigo otras y desaparecí por la puerta del local. Allí estaban uno un tipo delgado, muy alto con una gran nariz y muy nervioso moviéndose a la vez que hablaba con los que tenía alrededor, el otro sentado en una banqueta se apoyaba en la barra con sus enormes brazos tatuados cruzados sobre un enorme pecho mientras en una de sus grandes manos sujetaba una jarra de cerveza, con una ligera sonrisa observaba a su amigo, grande parecía muy grande.

Me gustaba, lo miré, me miró y sonrió, levantó la cerveza en un gesto de saludo y pase delante de él contoneándome como una gata en celo, como además sepa hablar es mi hombre pensé, mientras sentía que aquellos ojos recorrían mi cuerpo.

Allí estaba yo retocando todo, tetas, culo, pelo, labios y dios me imaginaba aquellas manos tan viriles recorriendo hasta el último rincón de mi cuerpo, apreté la entrepierna cruzándolas, «que no sean maricas» pensé, da igual lo curo dije entre dientes, me dirijo a la barra justo a su lado, haciéndole apartar las largas piernas terminadas en unas botas o botines camperos espectaculares de bonitas.

-Quieres sentarte – exclamó mientras se levantaba,

-No, gracias – le  respondí con cierta acritud, «joder» pensé «con esa actitud hoy no pillo», pero me jode la falsa amabilidad de algunos machitos,

-Fer ¿me sirves? – grité al camarero, que estaba algo alejado, sentí como con un gesto pasaba de mí y se iba a otro lado, apreté los dientes.

Una sonrisa una mano tendida y un me llamo Juan, como puedo llamarte, apunto estuve de decirle como quieras pero ayúdame a recoger las bragas que se me han caído, mientras le decía mi nombre, mi cabeza bullía con cien ideas, amable atractivo y con esa voz, marica o está casado seguro,

 

-Fran. por favor, ¿nos atiendes? – salió de aquellos carnosos labios que  cada vez me parecían más comestibles era la misma voz pero un punto más grave,  autoritaria, el camarero se giró e inmediatamente estaba preguntando lo que queríamos tomar, con una forzada sonrisa.

Se me quedó mirando, no sé qué me contuvo en ese mismo momento le habría cogido del cuello y habría empezado a comérmelo, tendría para un buen rato allí había hombre de sobras gritaba mi entrepierna. Dos cervezas titubeé entre azorada y sorprendida, estoy con una amiga, joder yo dando explicaciones, que coño me pasaba, era eso claro, que coño me pasaba, me sonreí, el pidió dos jarras y dándose cuenta de mi azoramiento, dijo que estoy con un amigo, soltamos una carcajada, el pago la ronda, cosa que no termino de gustarme, no era eso lo que buscaba.

Cogió con una mano los dos botellines, con la otra las dos jarras, me ofreció el brazo y con una mezcla de caballerosidad y prepotencia, que me encanto, dijo, «te acompaño». Asentí con la cabeza a la vez que me agarraba a lo que demostró ser lo que parecía, un musculoso brazo cubierto por algunos tatuajes, viril, duro, suave, le cogí una cerveza de su mano, él le ofreció a su amigo una jarra, mientras le decía que salíamos fuera, el la cogió y siguió con la charla que mantenía con otros motoristas sin hacernos mucho caso.

Yo con una botella, el con una jarra, nos quedamos mirando y sin decir nada brindamos, hay silencios que lo dicen todo y aquel fue uno de ellos, salimos a la calle allí estaba mi amiga también hablando con otros, se dio cuenta enseguida de nuestra salida, él le ofreció la cerveza, a la vez se presentó, hay más en el sitio que has encontrado a este que voy, exclamó, hay otro pero esta entretenido mira a ver, le dije mientras los tres nos echamos a reír.

-¿Te gustan las motos? – preguntó – ¿los motoristas?

La está cagando rondaba por mi cabeza:

-Las motos si, los motoristas depende – respondí mientras me acercaba tanto a él que no podía dejar de mirarme el escote, sonrió nervioso, tienes moto, coño no me invita a dar una vuelta, quiere hablar, apreté las piernas, un voy a ver qué hace tu colega, que me hizo darme cuenta de que estábamos pasando de Cristina, me hizo volver a la realidad, tengo la moto allí aparcada dije, vale que ahora vuelvo dijo mi amiga.

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Al acercarnos a mi moto yo solo pensaba en estar a solas con él, me pare ante él y con los brazos en jarras, te gusta lo que ves, mucho dijo mientras asentía con la cabeza, pues a ver si me coges dije mientras de un salto subía en mi burra, el hizo ademan de cogerme, le di un manotazo, coge tu moto bobo le solté, vale dijo mientras sonreía y se giraba hacia las dos motos que había reconocido como nuevas en el Iron Horse, una Harley Davidson ultra con todos los accesorios habidos y por haber, un puñetero sillón rodante, al lado como un perro a punto de mearse en una farola, otra Harley está más baja y discreta, pintada en negro mate y con un manillar plano, me alegre al ver que cogía la moto más discreta.

Mi vieja Vulcan 500 petardeaba rítmicamente, cuando de repente como si del cielo empezara a caer algo tras dos pequeñas explosiones empezó a sonar aquel motor, claramente de discreta aquella moto solo tenía la apariencia, sentía las vibraciones en la distancia recorrer mi cuerpo, dios era grande estaba a punto, y como además supiera conducirlo aquello iba a ser apoteósico. Un minuto después salí disparada, como si le hubieran puesto un cable invisible sentí aquel sonido en mis oídos como si de la mía propia se tratara, un vistazo por el retrovisor y allí estaba, a mi lado un metro atrás, parados en el semáforo, como dos bestias dispuestas a arrancarse la piel, cosa que además era cierta, por lo menos por mi parte.

Unos cuantos semáforos, unas aceleraciones, cada vez que paraba, las vibraciones en mi entrepierna, sus ojos en mi espejo como pintados allí, era imposible dejarlo atrás, ya lo sentía dentro, pero llegaba mi territorio, a la salida de la ciudad una carretera sin circulación que llevaba a un viejo hotel ya cerrado, en lo alto de una montaña, era mi reino, nadie me tosía en aquella carretera, parecía que estuviera echa para mi moto, prácticamente a diario la recorría solo por gusto.

Empezó el baile de las curvas, luces abriendo camino, pasión cayendo dentro sin pensar que había al otro lado, me las conocía todas, sus baches, sus peraltes, su adherencia, había buena visibilidad, él era nuevo no me conocía ni a mí ni a la ruta, pero a la tercera curva me di cuenta de que aquello era algo que no me esperaba, seguía allí inmutable, siguiéndome, incluso entre curva y curva poniéndose a la par conmigo, no podía ser era mi territorio, una marcha menos y el motor empezó a chillar al subir de revoluciones, en la siguiente curva note como la adrenalina empezaba a descargarse a mis venas, a la vez los neumáticos empezaban a chillar, esta vez a la salida de la curva el ya no estaba tan cerca, pero un instante después allí estaba otra vez sobre mí, notaba su fuerza, su calor, su pasión.

El recorrido se empezó a acelerar, más de lo que nunca lo había hecho, las curvas, los frenazos, el sentirlo tan cerca, mi sexo sobre el deposito, movientes a un lado y a otro estaban consiguiendo que la tensión cada vez fuera mayor, no podía parar quería más y más, la sensación de que el sentía lo mismo hacia que mi excitación creciera, un segundo de relajación y el volvía a ponerse encima mío tan cerca que podía olerlo, vuelta a acelerar el ritmo, me iba a correr encima de la moto, aquello era increíble, faltaban pocas curvas para el final y estaba a punto de reventar, un acelerón final y entre con la moto en el viejo mirador del hotel, donde deje que el muro de piedra terminara el trabajo con el ultimo toque en mi sexo al frenar la moto, consiguiendo que me derramara como una botella rota, por fin a va a ser útil el bolsito que lo único que lleva es un tanga de repuesto.

Aun hundida en mi placer, sentí como paraba la Harley a mi lado, se detenía el sonido, a la vez en las dos motos, me baje de la mía con las piernas temblando, el hizo lo mismo de la suya, y se dirigió hasta mi sin hablar, con los ojos encendidos como dos estrellas, segundos después estábamos sobre el muro del mirador, con los dedos como huéspedes, unos retirando el corsé para liberar mis pechos, otros los botones del pantalón, para dejar nuestros sexos al aire, pronto noté su mano sobre mi pubis y como su dedo corazón, entraba hasta la puerta de mi coño, hice un ademán como de encogerme, era mucho en poco rato pero enseguida quise más, mientras tanto mi mano buceaba por su pantalón y empezaba a jugar ansiosamente con su duro y chorreante miembro.

Pronto tenía el pantalón fuera, me abracá a su cuello mientras él me cogía de la cintura, se dejó caer de espaldas contra el muro, apoyé los pies en el mismo, mientras me sujetaba con una mano puso su sexo contra el mío, sentí como si fuego entrara dentro de mí, sudábamos, el empujaba su cintura, yo movía mis piernas, golpe tras golpe nuestros sexos hervían, note como de nuevo me volvía a correr y él también lo noto, paso sus manos por debajo de mis piernas y en pleno extasis me sentí transportada a sus hombros, notando como una lengua ardiente y carnosa se hundía en mi sexo hasta hacerlo explotar como unos fuegos artificiales en las fiestas de la ciudad.

Para mí ya estaba siendo suficiente, así que aparté aquella cabeza, con aquella ardiente lengua, «ahora yo también quiero» le grité. Me bajó suavemente hasta el suelo, sentí su polla al lado de mi sexo y note como sufría otro espasmo, me dejó en el suelo y sin darle tiempo a otra cosa ya la estaba engullendo como si fuera lo último que iba a hacer en mi vida, le cogí los testículos apretándolos con una ligera presión, succioné hasta que note que él ya no podía más, entonces liberé aquellos huevos ya tensos, sentí como explotaba dentro de mí, no me retire hasta que sus descargas me llenaron por completo y me faltaba el aire, una última proyección acabo sobre mi mejilla, el la recogió con los dedos para limpiarme, yo le cogí los dedos y se los lamí mientras dejaba caer mi cabeza sobre su jadeante pecho, sentí como cogía mi melena, primero como una caricia, poco a poco fue tirando de ella hasta que me forzó a mirarle a los ojos, note la satisfacción en su cara, ha sido una buena noche musito, «cállate bobo» Musité yo antes de unir nuestros labios y lenguas en un caliente y húmedo beso.

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