Mi primera cita con…La gata negra

Me copio de Helio esta sección que me ha gustado mucho y que a partir de ahora hago parte también de mi blog. Siempre es productivo recibir información de como los otros viven tu forma de ser, y además, siempre puedes acabar riéndote de uno mismo.

Os dejo con la primera colaboración que he pedido a quien es ahora un buen amigo.

***

La conocí una mañana de abril, en un examen al que no tenía ganas de ir. Bueno, en realidad ya nos habíamos echado el ojo por los pasillos de la facultad, puesto que compartíamos aula en las prácticas de la tarde. La cuestión, es que allí estaba yo, intentando inventarme una pregunta sobre el desarrollo embrionario de un pollo en el huevo, cuando oí que alguien abría la puerta a mis espaldas. Miré el reloj y pensé: A alguien no le van dejar hacer el examen…. Pero me equivocaba, el sonido de unos tacones de infarto sonaba cada vez más cerca y cuando pasó a mi lado no pude evitar levantar la vista de la hoja que tenía delante. Mi concentración cayó en picado. Tras un breve cruce de palabras con el profesor al cargo, se sentó en la última fila, mascando chicle y sin dejar ese aire de niña buena que la envolvía pese a llegar tarde y alterar a toda la clase (o por lo menos al sector masculino).

Acabé a duras penas el examen, no sin dirigir de vez en cuando mi mirada a la última fila. Lo entregué, salí de la sala, y de pronto, como una ola, alguien me abordó preguntándome que había respondido en la dichosa pregunta del huevo y el pollo. Cuando me repuse del susto, la vi a ella, enarcando una ceja, esperando mi respuesta, a la cual solo pude responder con palabras inconexas. Se me quedó mirando y me preguntó si me conocía de algo, y allí empezó una conversación, que acabó con una breve despedida y su dirección de messenger apuntada en una hoja de mi libreta. Sinceramente, lo primero que había pensado de ella era que era un chica creída y altiva, pero después de hablar con ella pensé que estaba absolutamente loca, no obstante, me cayó bien, muy bien, era como un torrente de agua fresca en un día de calor, no se como explicarlo, es un persona que atrae a todo el mundo que se acerca a ella, tiene ese gancho que te atrapa.

Hablamos, mucho, largo y tendido, congeniamos muy rápido, y de vez en cuando nos saludábamos por los pasillos de la facultad, cada vez con mas asiduidad, hasta que un día decidimos quedar a hacer un trabajo juntos. Lo cierto es que me sorprendió un poco que accediera a ello, pero por otro lado, no había nada malo en que dos compañeros de facultad quedasen para hacer un trabajo en común, ¿no?

Comimos en un restaurante de la zona, mientras una tormenta anegaba las calles en el exterior. No me había reído tanto en mi vida, fue sentarnos a la mesa y la conversación fluía sola. Jugamos a un juego, yo hacía una afirmación y ella debía argumentarla, por descabellada que fuese, y no había forma de ganarle. Las horas pasaban, y en ningún momento surgió ningún silencio incómodo, todo era buen rollo y risas, era como si la conociese desde hacía años. Estaba loca, sí, pero es esa locura que te contagia, que te hace sacar a la persona que llevas dentro, que te hace mostrarte sin vergüenza y sin miedo a que te vayan a herir. Estaba realmente cómodo. En pocos días había pasado de ser la típica diosa inalcanzable (cuando la vi por primera vez), a ser un tía brutalmente afín a mí.

 

Dejó de llover y nos fuimos paseando a un parque cercano, nos sentamos en uno de los pocos bancos que no estaban empapados y ella, hábilmente, me robó la sudadera alegando que tenía frío. Se tiró sobre el banco apoyando la cabeza en mis piernas. Ambos mostrábamos interés, pero nadie daba el primer paso. Realmente no era una prioridad dar el primer paso, nos tanteábamos, avanzando y retrocediendo, como en un baile. No era tan importante el fin, sino el cómo. Estábamos profundizando el uno en el otro, y analizando las posibilidades, no era un peón en su tablero, el juego estaba siendo de igual a igual. Conforme avanzó la tarde, se puso la capucha dejando solo al descubierto sus labios. Me costó horrores no darle un beso, pero la verdad, es que hubiese roto el momento si lo hubiese hecho. De nuevo se puso a llover. Antes de despedirnos, hicimos una apuesta en la cual, quien perdiese, invitaría a comer al otro la semana siguiente.

Si os dais cuenta, perdiese quien perdiese, el resultado era que teníamos otra cita por delante. Gané yo (o me dejaron ganar), la cuestión es que aquel día preparó un maravilloso picnic, con su cestita, cubiertos, mantelito…. Nos tumbamos en la hierba del río, comimos, hablamos, reímos, divagamos, tonteamos…. como en las veces anteriores, la conexión había sido instantánea. La tarde fue avanzando, y estábamos cada vez mas cerca el uno del otro, cuando ya el espacio que nos separaba era de milímetros, le hice una pregunta, a la que con una sonrisa angelical me respondió con una bordería, nos reímos unos segundos, nos quedamos mirándonos a los ojos y acabamos besándonos un largo rato (que se me hizo muy corto) sobre la hierba.

Y así fue como La Gata Negra y yo nos conocimos. Ese fue el primero, pero no el último de los besos que vinieron. Y aunque podría explicar como fue el último, eso, amigos, es otra historia.

3 comentarios
  1. Raul
    Raul Dice:

    Me encanta ver que hay chicas que piensan y escriben así (lo digo por todos tus artículos). Con tu permiso a sin él, le voy a decir a mis alumnas que te lean. Besitos linda.

    Responder

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