¿Existe el amor?

 

¿Qué es el amor entre dos personas? Según el diccionario, amor significa literalmente: “Sentimiento que mueve a desear que la realidad amada, otra persona, un grupo humano o alguna cosa, logre aquello que se juzga su bien y a procurar que ese deseo se cumpla y gozar como bien propio el hecho de saberlo cumplido.”

Según los filósofos, poetas y libre pensadores de todas las épocas amor es un sentimiento que empuja al ser humano a superarse a él mismo y lograr el punto álgido de su capacidad. Una especia de superación personal iniciada por el deseo de llegar a ser todo aquello que la persona amada se merece.

Según mi opinión, el amor es una serie de conexiones neuronales que se activan al ser estimuladas por un agente externo. Pero esto no deja de convertirlo en un objeto de curiosidad, ya que, todo y que nada más sea fruto de las sinápsis neuronales, ¿Qué hace que una especie con una fisiología tan sumamente parecida como la humana reaccione ante estímulos completamente diferentes? Porque, ¿no buscan todos los humanos la misma imagen del amor ideal? Es decir, que el verdadero enigma, no es el amor, sino qué lo provoca.

De hecho, el amor tal y como le conocemos hoy día, una unión entre dos personas enamoradas, no es más que una invención literaria que surgió, posiblemente, en la edad media con el denominador de «amor cortés». Para los autores e intelectuales de la Antigüedad Clásica, el amor no tenía nada que ver con la entrega incondicional a una persona en concreto. La creación de este tipo de amor debe atribuirse al espíritu de adoración humana, que fue perfeccionado más tarde por la tendencia que encarnan Dante o Petrarca, y acabado de difundir por toda la sociedad con la llegada de la corriente literaria del romanticismo.

Hablamos por lo tanto de un sentimiento cambiante y subjetivo, que podría ser atribuido más a una invención del hombre (entendemos por hombre especie humana) que una característica innata de la naturaleza.

Dejando pues fundamente de que el amor es poco más que el resultado de unas tendencias sociales que el ser humano (con su inclinación a la reproducción masiva del comportamiento estándar) ha instaurado como requerimiento natural de la esencia humana, nos podríamos preguntar: ¿Existe el amor como rasgo subyacente de los principios de la naturaleza humana?

Por responder a esta pregunta deberíamos analizar varios puntos. Para comenzar hay que respondernos a si existe el amor. Hasta ahora nada más hemos llegado a la conclusión de que es un sentimiento real y patente, pero ¿Qué es un sentimiento?

Según el diccionario de la Real Academia Española se define como:

“Proceso y estado afectivo caracterizable como emoción progresiva y estable y determinado por factores de orden tanto intelectual como moral o afectivo.”, “Disposición emocional que tiene por objeto una cosa o una persona.” o Estado afectivo que tiene por antecedente inmediato una representación, aficción.”

De estas definiciones podríamos extraer por lo tanto varías conclusiones interesantes. En un primer punto, encontramos que ninguna de las definiciones se habla de un sentimiento como una característica implícita de algo. En todas se define un sentimiento como un proceso, estado o disposición. Es a decir, cosas temporales y que se encuentran condicionadas por unos ciertos factores externos.

El amor se trata pues de un estado temporal que es producido por una sucesión de acontecimientos o reacciones en nuestro entorno.

Aún así, y con la poca consistencia que tiene la existencia del amor, sus efectos son patentes en toda la evolución de la vida humana y es evidente que se trata de un tema que ha preocupado al ser humano desde tiempos inmemorables. ¿Es por lo tanto posible que una cosa las consecuencias de la cual son claramente observables no exista?

Una respuesta rápida sería: No, no es posible, cualquier cosa que dispone de unas consecuencias observables debe existir por fuerza. Por ejemplo, las hojas de un árbol se mueven (consecuencia). ¿Por qué? Porque hay un viento que las mueve, por lo tanto, el viento existe. Pero esta lectura es primitiva y poco elaborada.

Ponemos el ejemplo del miedo neurótico. El sujeto que la sufre expresa un estado alterado y unas manifestaciones concretas (consecuencia), pero no hay ningún motivo real que cause estas manifestaciones. El sujeto en concreto se está autosugestionando a partir de otros indicios del todo incoherentes en relación con su estado, de no ser que su propia mente no estuviera reaccionando de forma incorrecta.

En el aforismo de Nietzche, nos propone que el ser humano se engaña para creer que está enamorado de una idealización, idealización que lo ha llevado a hacer acciones que de otro modo no hubiera hecho. Esto nos lleva a una pregunta irremediable: ¿Y si el amor (el sentimiento que nos impulsa a superarnos como señala Diderot o Hesse) no fuese más que una sugestión humana creada por nuestra mente para justificar la realización de unas acciones que no encontraríamos explicables de otra manera?

Ya decía Shakespeare que el amor es el triunfo de la ilusión sobre la razón. Es decir, cuando tus sueños superan el poder de la razón, entras en el estado de enamoramiento (curiosamente vuelve a hablarse de un estado y se utiliza la palabra ilusión, que no es más que, como señala Nietzche, cuando un error de percepción nos despista).

A la pregunta “¿Qué es el amor?” concluimos pues que se trata de una ilusión, una autosugestión de la mente humana que combina (como citan los aforismos de Joan Fuster y Epicteto) las dificultades y la infelicidad (propia del descubrimiento de una farsa); creada para conducirse más allá de los límites que el sujeto que se autosugestiona se cree capaz. Una forma más de encontrar sentido a nuestro instinto de superación personal.

Y a la pregunta “¿Es el amor una característica innata del ser humano?”, se puede dilucidar que verdaderamente el amor, como creación humana, ha sido siempre un rasgo subyacente en nuestra personalidad de especie, pero no como el amor estereotipado que la sociedad y la literatura ha definido ( como la trampa del romanticismo) sino como a un mecanismo de evolución que nos impulsa a mejorar nuestro «yo» y a, como diría Nietzche, buscar el superhombre.

 

Como dice Joan Fuster: “Todas las heridas de amor, no son sino heridas de amor propio”.

 

La gata negra

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