El día que sali del armario

El portero electrónico de mi casa funciona cuando le apetece, así que si hago algún pedido por correo, prefiero que lo envíen a casa de mi madre, que además siempre está allí, no como yo que desaparezco cada dos por tres. Uno de los días que fui a recoger un paquete de mi casa me preguntó:

-¿Qué es? Esto no son cremitas.
(Noté que me subían los colores)
-Nada, –trago saliva- un libro.
-¿De qué?

Yo ya debía estar del color de un tomate bien maduro.

-Psicología.

Me quedé pensando si estaba mintiendo a mi madre, y si un libro de seducción, bueno en realidad psicología aplicada a la seducción se podía considerar “inocentemente” un libro de psicología a secas, y quedarme tan ancha.

Todo esto me llevó a plantearme cómo me siento con respecto al tema de la seducción, lo cómoda que estoy con él, y hasta qué punto necesito ocultarlo de los demás. Para mí, ha sido un camino de crecimiento personal. Una cosa siempre me ha llevado a la otra, y esto no ha sido excepción. El crecimiento personal me ha hecho mejor seductora, y mi camino de aprendizaje de la seducción me ha hecho mejor persona, para mi beneficio y el de otras muchas personas.

Así que poco a poco, empecé a contárselo a todos mis amigos. A ellos se lo planteaba algo así cómo esto:
“Ah, hay algo que quiero contarte, algo que no te he dicho. Ya sabes que me encanta la psicología. Pues he descubierto que tiene aplicaciones en el campo de la seducción, que se puede usar para ligar vaya, y entre unas cosas y otras, he acabado colaborando en una web de seducción de alcance nacional.”
Por supuesto los dejaba a todos a cuadritos. Lo que parecía que iba a ser una pequeña novedad, siempre acababa en largas conversaciones y preguntas acerca de cómo ellos podían ser mejores seductores, las dudas y dificultades que encontraban, y cosas de este tipo.
Pero no acababa yo de estar tranquila. Eso de manipular la verdad con mi madre no me hacía gracia. Así que un día que recogí un libro de su casa y la invité a tomar una tapa en la calle, decidí contárselo:

– Mamá, el libro que he recibido hoy…
– Ñam, ñam. ¿Sí?
– Bueno, ya te conté que son de psicología, pero este es de seducción, psicología de la seducción. Es un tema muy chulo.
– ¿Y por qué lees esas cosas? Ñam, ñam…
– Mmm, pues porque me interesa, y entre otras cosas colaboro con un profe de seducción, escribiendo artículos en su web. Ah, el de Valencia.
– Ñam, ñam… Ah.
Me daba la impresión de que no se estaba enterando bien, así que decido insistir un poco más.
– Sí, tengo una sección con él en la que escribo mi punto de vista femenino en el tema de la seducción, y ayudo a muchos hombres a entender mejor a las mujeres. Mi pseudónimo es Traviesa.
– Ñam, ñam, ñam… muy bien. Come algo ¿no?

 

Suspiro. ¿Por qué esperaba yo otra reacción? ¿Tal vez creía que mi madre me iba a decir que era una porquería lo hago, que porqué me meto en eso, que si no tengo mejores cosas que hacer, que vaya nick he elegido? Pues no sólo no pasó eso, sino que se quedó la mar de tranquila.

Esta pequeña historia es para que veáis que ser sargeadores, seductores y seductoras, leer libros e informarte, ampliar tu conocimiento, hacer cursos, no es nada de lo que avergonzarse ni nada que ocultar. Puede ser algo personal tuyo que no le vas contando a todos, pero yo en mi caso, si sale el tema, no tengo el más mínimo problema en contarlo. Como nunca lo he utilizado para engañar ni para conseguir algo en mi beneficio, no siento ninguna vergüenza.


Siempre he querido crear emociones, atracción y deseo para el disfrute de ambos, así que me parece algo más que positivo. De hecho, todos mis chicos desde que inicié este camino han sabido que utilizo técnicas de sargeo con ellos, y no sólo les gusta, les vuelve locos. “¿Qué me estás haciendo ahora?” “¿Yoooo? Nada, travesuras…”
No hacemos nada malo. Lo sabéis, ¿verdad?

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